Aatrox, el temible Darkin, había arrasado con otro pueblo sin oposición, dejando a su paso solo ruinas y desolación. Durante esta masacre, tuvo la mala suerte de encontrarse con una entidad del Vacío, una criatura parasitaria que se pegó a su carne con una fuerza voraz. Desesperado por liberarse de esta abominación, Aatrox trató de arrancar el tumor con sus propias manos, pero el daño ya estaba hecho. El parásito del Vacío había echado raíces, extendiéndose insidiosamente por su cuerpo y su arma.
Sin detenerse a considerar las consecuencias, Aatrox aferró el tumor con fuerza y lo arrancó brutalmente de su cuerpo, desgarrando su propia carne en el proceso. Sin embargo, su esperanza de librarse de la infección se desvaneció rápidamente, ya que el tumor volvió a crecer casi de inmediato, palpitando con una intensidad aún mayor. Cada vez que Aatrox repetía el doloroso proceso, la criatura del Vacío se hundía más profundamente en su carne, convirtiendo cada intento en una tortura insoportable.
Aatrox, siempre invencible, se dio cuenta con horror de que el tumor había invadido todo su ser, volviéndolo imposible de erradicar sin que se regenerara. Este parásito del Vacío no solo corrompía su cuerpo, sino también su espada, el arma que contenía su esencia y lo mantenía prisionero. Por primera vez en milenios, el temible guerrero sintió un temor profundo e indescriptible.
No mucho tiempo después, Aatrox comenzó a experimentar una perturbadora división en su conciencia. Una voz desconocida y maliciosa le susurraba, dirigiéndolo a encontrar y corromper a otros de su especie, los Darkin. Guiado por esta siniestra influencia, Aatrox se dirigió a Ionia, más precisamente al Templo de las Sombras, donde residía la misteriosa Orden de las Sombras.
A su llegada al templo, Aatrox fue recibido por una emboscada de sombras, los seguidores leales de Zed. Pero sus ataques resultaron inútiles contra el inmortal Darkin. Cada herida infligida a Aatrox se cerraba en cuestión de segundos. Con una furia incontrolable, Aatrox arrasó con todo a su paso, destruyendo árboles y aniquilando a cualquiera que se atreviera a oponerse a él.
Finalmente, Aatrox emergió en un claro cercano al templo, donde se topó con un joven guerrero. Este joven tenía un físico esbelto pero musculoso, y una mirada llena de determinación. Su vestimenta estaba impregnada de la esencia de las sombras, y en su mano empuñaba una guadaña siniestra que parecía estar viva. Este joven guerrero era Kayn.
Kayn estaba en una disputa interna con su arma, una guadaña parlante conocida como Rhaast. Al ver a Aatrox, Kayn quedó paralizado por la sorpresa y el terror. Este breve momento de distracción fue suficiente para que Rhaast aprovechara y comenzara a ganar la lucha interna, intentando apoderarse del cuerpo de Kayn.
Kayn luchó con todas sus fuerzas para resistir, pero Aatrox intervino rápidamente, noqueándolo de un solo golpe. Rhaast aprovechó la situación y se incrustó en el pecho de Kayn, completando su posesión. La transformación de Kayn fue rápida y grotesca. Su carne se volvió roja, y una armadura negra y palpitante emergió de su cuerpo. Su cráneo se transformó en la cabeza de Rhaast, completando su metamorfosis en una criatura aterradora y maligna.
Con su nuevo poder, Rhaast no solo se apoderó del cuerpo de Kayn, sino también de su arte de control de las sombras, perfeccionándolo rápidamente. Su cuerpo se volvió más musculoso, cubierto de tatuajes oscuros que parecían moverse como sombras vivas. Sus ojos se convirtieron en dos pozos de oscuridad sin fondo, y sus brazos terminaron en afiladas garras que destilaban energía maligna. Conservó su vestimenta, aunque ahora más siniestra, y su guadaña mantuvo su forma, aunque el ojo palpitante había desaparecido.
Mientras Rhaast revisaba y perfeccionaba su nuevo poder, Aatrox aprovechó para implantarle el mismo tumor morado que lo había contaminado a él. Así, otro Darkin fue corrompido. Ambos Darkin, ahora unidos por una corrupción común, continuaron su camino en busca de sus otros compañeros.
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Cuando Zoe y Quetzulkan llegaron a la Ciudad del Sol, se encontraron con una realidad muy distinta a lo que los rumores los habían llevado a esperar. En lugar de una ciudad resplandeciente bajo la protección del renacido emperador Azir, se encontraron con un panorama de total caos y destrucción. A lo lejos, vieron cómo criaturas monstruosas estaban atacando y acabando con los residentes.
Estas criaturas del Vacío eran terribles y diversas en su forma. Había pequeñas bestias con cuerpos esqueléticos, extremidades largas y afiladas que usaban para trepar y saltar sobre sus presas. Algunas tenían múltiples ojos que brillaban con una luz siniestra y bocas llenas de dientes afilados, capaces de desgarrar carne y hueso con facilidad. Estos horrores eran criaturas que se movían en manadas, cazando en grupo con una coordinación aterradora.
Otras criaturas eran más grandes, estas bestias tenían cuerpos segmentados y cubiertos de un exoesqueleto resistente, lo que las hacía difíciles de herir. Sus garras eran afiladas como cuchillas, y sus mandíbulas podían partir a un hombre en dos.
La escena era una pesadilla viviente, con los gritos de los ciudadanos mezclándose con los rugidos y chirridos de las criaturas del Vacío. Zoe y Quetzulkan sabían que no podían quedarse de brazos cruzados. Tenían que actuar rápidamente para salvar a los sobrevivientes y encontrar la causa de esta invasión.
Zoe utilizó su magia con destreza, creando portales brillantes que parpadeaban en el aire como estrellas fugaces. Con cada movimiento de sus manos, los portales se abrían y cerraban, transportando a los ciudadanos aterrorizados a lugares seguros, lejos del caos y la destrucción. Los asentamientos que habían visitado anteriormente ahora se convertían en refugios temporales para aquellos que escapaban del horror. Quetzulkan, por su parte, se lanzó a la batalla con una ferocidad y precisión inigualables. Sus años de lucha contra los seres del Vacío le habían otorgado una habilidad letal y una destreza increíble. Sus garras, ahora capaces de cortar el acero con facilidad, se movían con una velocidad y fuerza asombrosas, despedazando a cualquier criatura que se atreviera a cruzarse en su camino.
Mientras luchaban, se encontraron con una mujer de cabello oscuro y ojos decididos, que empuñaba una poderosa hoja en forma de bumerán. Su presencia irradiaba una mezcla de destreza y liderazgo natural. Llevaba una armadura que parecía tanto ornamental como práctica, y se movía con la gracia y agilidad de una guerrera veterana. Pronto, la mujer se presentó como Sivir, revelando que recientemente había descubierto ser descendiente del legendario emperador Azir. Sin embargo, los problemas la habían seguido hasta allí. Según explicó, el Vacío había encontrado una forma de penetrar en la Ciudad del Sol y atacar sin previo aviso, sembrando el caos y la destrucción sin dar tiempo para prepararse.
Las grietas se habían formado en el centro de la Ciudad del Sol, abriéndose como bocas voraces que escupían una marea interminable de criaturas del Vacío. Estas criaturas, de formas retorcidas y grotescas, avanzaban implacablemente, destruyendo todo a su paso. Los ciudadanos, atrapados en medio de la devastación, gritaban de terror mientras intentaban huir. Sivir, con su arma mortal, luchaba con valentía, tratando de proteger a los indefensos y llevarlos a lugares seguros. Explicó que había venido a ayudar a los que no lograron llegar al palacio, decidida a salvar a tantos como pudiera.
Mientras hablaban y luchaban, Quetzulkan notó a lo lejos la figura imponente de un ascendido con cabeza de chacal. Era Nasus, un ser majestuoso y aterrador que se movía con la dignidad y fuerza de un antiguo guerrero. Su cuerpo, cubierto de poderosas runas, brillaba con una luz dorada, y su enorme hacha cortaba el aire con un poder devastador. Nasus había venido en ayuda, pero su verdadero propósito era llevarse a Sivir de vuelta al palacio. Siendo la única descendiente viva de Azir, Sivir estaba siendo protegida rigurosamente, casi sin dejarla abandonar el lugar del emperador. Pero, con su naturaleza valiente y decidida, no podía quedarse de brazos cruzados mientras la gente moría a su alrededor.
Sivir había esperado pacientemente su oportunidad, y cuando parecía que la habían dejado sola, se escabulló para poder ir a salvar a los que estaban lejos del palacio. Al darse cuenta de su desaparición, Azir envió a Nasus a buscarla. Siguiendo su rastro, Nasus la encontró luchando junto con un vastaya y una maga. Los tres combatían valientemente contra los seres del Vacío, mientras la maga usaba portales para llevarse a las personas rescatadas a lugares seguros.
Quetzulkan y Zoe, junto con Sivir, observaron al gigantesco ascendido que medía más de tres metros. Nasus se movía con una fuerza y precisión increíble, eliminando a las criaturas del Vacío con facilidad. Sin embargo, eran tantas que resultaban ser una plaga interminable; mientras mataban algunas, muchas más aparecían, como si el Vacío no tuviera fin.
Cuando Nasus llegó, se presentó ante Quetzulkan y Zoe, agradeciéndoles por su ayuda pero insistiendo en que debía llevarse a Sivir, ya que su supervivencia era prioritaria como descendiente del emperador. Sivir, con los ojos llenos de determinación, se negó mientras continuaba luchando, insistiendo en que debía ayudar a la gente. Nasus, impacientándose, argumentaba que debía regresar al palacio con Sivir cuanto antes, su voz resonando con la autoridad de milenios de sabiduría y liderazgo.
En medio de este punto muerto, Zoe se ofreció a ayudar a Sivir y protegerla junto con Quetzulkan. Nasus, reconociendo a Zoe como el Aspecto del Crepúsculo, reflexionó profundamente antes de aceptar. Decidió quedarse un rato para observar cómo se desenvolvían en la batalla, evaluando su habilidad para protegerse y combatir. Nasus vio cómo Zoe, Quetzulkan y Sivir luchaban con valentía y eficacia, protegiéndose mutuamente y resistiendo la invasión del Vacío. Confiando en sus habilidades y en la determinación de Sivir, Nasus finalmente decidió regresar al palacio para informar a su emperador sobre la situación y la valiente resistencia que estaban ofreciendo contra la invasión del Vacío, llevando consigo la esperanza de que aún había una oportunidad para salvar la Ciudad del Sol.
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Quetzulkan, Zoe y Sivir corrieron y lucharon incansablemente por toda la Ciudad del Sol, enfrentándose a innumerables criaturas del Vacío y rescatando a los ciudadanos atrapados en medio del caos. Sus movimientos eran rápidos y coordinados, una danza letal que combinaba la magia brillante de Zoe, la destreza combativa de Sivir y la fuerza bruta de Quetzulkan. La ciudad estaba en ruinas, pero su determinación no flaqueaba. Después de asegurar a los últimos sobrevivientes y asegurarse de que no quedaba nadie en peligro inmediato, decidieron enfrentarse al corazón del problema: la grieta del Vacío.
Avanzaron con cautela hacia el centro de la ciudad, donde una enorme abertura desgarraba el suelo. Lo que había comenzado como una pequeña grieta por la que solo emergían criaturas menores, ahora se había transformado en un abismo gigantesco, del cual emergían monstruosidades más grandes y aterradoras. La grieta latía con una energía oscura y corrupta, y parecía expandirse con cada momento que pasaba. Si no la detenían, el Vacío podría desbordarse y destruir no solo la Ciudad del Sol, sino quizás todo Shurima.
La visión de la grieta los llenó de una mezcla de miedo y determinación. Sabían que no podían enfrentar solos a las criaturas del Vacío, por lo que decidieron que lo mejor era cerrar la grieta. Sivir sugirió pedir ayuda a Nasus y Azir, pero eso implicaría un viaje largo y arriesgado hasta el palacio. Además, temían que para cuando llegaran con refuerzos, la grieta se hubiera ensanchado aún más, permitiendo la entrada de criaturas más poderosas.
Quetzulkan, consciente de su dominio sobre los elementos, propuso una solución más rápida. Había dominado casi por completo el control de los elementos: podía conjurar fuego con la misma facilidad con la que respiraba gracias a su forma de dragón, crear agua de la nada, controlar el aire con solo un pensamiento y manipular la tierra a su voluntad. Su conexión con la naturaleza le permitía también controlar la madera y el crecimiento de las plantas. Además, gracias a la ayuda de Zoe, había aprendido a utilizar la magia espacial, aunque aún estaba perfeccionando sus habilidades en ese ámbito. Decidido, explicó que podía usar su poder para controlar la arena y la tierra cercana, enterrando y sellando la grieta por completo.
Zoe y Sivir, al ver viable el plan, se prepararon para defender a Quetzulkan mientras trabajaba. Sin perder tiempo, Quetzulkan comenzó su conjuración. Movió sus brazos con gracia y fuerza, como si él mismo fuera la tierra. A medida que sus movimientos se volvían más fluidos, la tierra y la arena respondieron, abalanzándose sobre la grieta y cubriéndola. Sin embargo, las criaturas del Vacío cercanas, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, se volvieron hacia ellos, intentando detener su avance.
Zoe y Sivir, viendo el peligro inminente, salieron de su escondite y se lanzaron a la batalla. Zoe lanzaba hechizos deslumbrantes, creando portales y explosiones de energía, mientras Sivir arrojaba su hoja con precisión letal, cortando a las criaturas antes de que pudieran acercarse. Quetzulkan, concentrado en su tarea, siguió moviendo la tierra, comprimida y aplastada, sobre la grieta. Pero el Vacío no cedía fácilmente; la tierra comprimida temblaba, amenazando con ceder ante la presión.
En un momento de inspiración, Quetzulkan decidió cambiar de táctica. En lugar de simplemente enterrar la grieta, comenzó a formar pilares de tierra comprimida, estructuras sólidas y robustas que podrían soportar el peso y la presión. Con movimientos precisos, creó bloques masivos y los colocó sobre la grieta. A medida que añadía más peso, la grieta dejó de temblar, finalmente contenida.
Sin embargo, estaban rodeados por hordas de criaturas del Vacío. Pero Quetzulkan, revitalizado por su éxito y con el ánimo en alto, decidió liberar todo su poder. Se transformó en su majestuosa forma de dragón, sus enormes alas emplumadas y su aliento de fuego devastador. Zoe ayudó a Sivir a elevarse en el cielo, manteniéndola a salvo mientras Quetzulkan desataba su furia. Con su aliento de fuego, arrasó con las criaturas del Vacío, incinerándolas y reduciéndolas a cenizas. Su rugido resonó por toda la ciudad, una señal de esperanza y victoria.
El cielo se despejó momentáneamente, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, la Ciudad del Sol respiró un poco más tranquila. Pero Quetzulkan, Zoe y Sivir sabían que la lucha aún no había terminado; solo habían ganado una batalla en una guerra mucho más grande.
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Quetzulkan, Zoe y Sivir avanzaron hacia el palacio, enfrentándose con determinación a cada criatura del Vacío que se interponía en su camino. Quetzulkan desataba su poder con una fuerza arrolladora, invocando el fuego y la tierra para aniquilar a sus enemigos. Las criaturas del Vacío caían ante él, incineradas o aplastadas, mientras Zoe y Sivir ofrecían apoyo con hechizos deslumbrantes y ataques precisos.
A medida que se acercaban al palacio, notaron un cambio en el ambiente. La devastación y el caos que habían presenciado en el resto de la ciudad parecían menos intensos aquí. Decenas de guerreros de arena, creados por el poder del emperador Azir, luchaban sin descanso contra los engendros del Vacío. Estos guerreros eran figuras imponentes, sus cuerpos formados por granos de arena dorada que se movían con una precisión y fuerza inhumanas. A cada golpe, los enemigos caían, desintegrándose en sombras que se desvanecían en el aire.
Además de los guerreros de arena, el palacio estaba protegido por torres mágicas. Estas estructuras, que recordaban a los discos solares en miniatura, emitían rayos de energía pura que fulminaban a cualquier criatura del Vacío que se acercara. Las torres giraban sobre sus bases, disparando con una precisión letal, creando un perímetro de defensa casi impenetrable alrededor del palacio.
Dentro del palacio, la escena era una mezcla de esperanza y desesperación. Varias personas, algunas heridas y otras ilesas, se ayudaban mutuamente, tratando de encontrar consuelo y seguridad en medio del caos. Los heridos recibían cuidados improvisados, mientras que aquellos sin heridas ofrecían palabras de aliento y ayuda práctica. El ambiente, aunque tenso, estaba lleno de un sentido de comunidad y resistencia.
En el centro de este refugio, se encontraba el emperador Azir, imponente y majestuoso. Sus plumas doradas brillaban bajo la luz, y su presencia irradiaba un poder y autoridad innegables. A su lado, Nasus, el sabio Curador de las Arenas, observaba con una mirada firme y calculadora. Su cuerpo imponente y su cabeza de chacal lo hacían destacar, y su sola presencia inspiraba respeto y confianza.
Azir y Nasus habían estado esperando la llegada de Quetzulkan, Zoe y Sivir. El emperador extendió una mano en un gesto de bienvenida, su voz resonante y autoritaria cortando el murmullo de la sala. "Bienvenidos," dijo Azir, su voz llena de gravedad y determinación. "Nos encontramos en tiempos oscuros, pero con vuestra ayuda, podemos revertir esta marea de destrucción."