Cherreads

Chapter 39 - Sombras Pasadas

Perspectiva de ???

Lucius e Isolde corrían, luchando por sobrevivir junto a sus dos amigos, Gareth y Leonard, siguiendo al guardia que había ido en busca de Alicia. Los escombros caían desde lo alto de las estructuras, estrellándose en pedazos. El fuego se expandía, lento pero implacable.

Entonces, Dante provocó la separación del grupo. Cortó el tobillo de Isolde, haciéndola caer. Su caída obligó a Lucius y a los otros dos chicos a quedarse atrás.

Alicia intentó regresar. Quiso ayudar a Isolde. Pero el guardia la alzó en brazos y la obligó a seguir avanzando.

—¡Suéltame! ¡Tengo que ayudarla! —gritó la princesa, pataleando, golpeando la espalda del guardia.

—¡Princesa, sabe que no puedo dejarla! ¡El Rey me matará si se entera que usted se quedó y yo escapé! —respondió el guardia, corriendo con firmeza, esquivando los escombros—. ¡Perdóneme! Sé que son sus amigos, pero no puedo regresar. ¡Es su vida o la de ellos! Tengo prioridades como guardia real.

Alicia miró hacia atrás. Las figuras de los cuatro chicos se desvanecían en la distancia. El dolor de dejarlos atrás la desgarraba por dentro. Las lágrimas comenzaron a brotar. Porque cuando el corazón humano se ve forzado a elegir, se vuelve débil. Piensas que esas personas van a morir. Te angustia. Te asusta. Te paraliza el miedo de no volver a verlas.

Y Alicia estaba atrapada en ese tipo de pánico. En shock, con el alma rota, imaginando cada posible escenario en el que Lucius e Isolde murieran. Pensaba en cualquier causa de muerte que los pudiera arrancar de su vida para siempre.

—¿Qué es… eso? —murmuró el guardia.

Entre las estructuras, a través de los huecos entre edificios derrumbados, lo vio: una bestia gigantesca, con alas de murciélago y un cuerpo escamoso de un blanco antinatural. Desde su cráneo, dos cuernos se curvaban hacia atrás, ramificándose como ramas negras.

Era tan grande que incluso los edificios más altos de Millford parecían juguetes a su lado. No escupía fuego. Escupía rayos. Y estos impactaban con violencia, destrozando todo a su paso.

Ciento treinta metros de largo. Ciento diez de envergadura. Dieciocho de alto.

Un dragón blanco, atacado por Maestros del Velo, Guardianes de Éter y Centinelas del reino.

Y entre ellos, los seis más destacados: la anciana Floiyo, el director Frederic, el mecánico Reginald, el rey Leo y los padres de los gemelos —Erika y Elías.

El guardia siguió corriendo. Dio un salto enorme, subiendo al techo de un edificio, cruzando terrazas hasta llegar al epicentro del caos. Se detuvo junto al Rey.

—¡Señor, aquí está la princesa! ¡Está ilesa! —gritó, dejando a Alicia en el suelo.

—Gracias. Pero… ¿y los otros cuatro? —preguntó el Rey, con la mirada entrecerrada.

—Verá…

—Se quedaron atrás —dijo Alicia, con voz temblorosa, terminando la frase por el guardia.

En cuanto esas palabras salieron de su boca, Erika y Elías aparecieron de inmediato, deteniendo su combate. Se materializaron frente al guardia como espectros de furia.

—¿¡Qué hiciste!? —rugió Elías, tomando al guardia por el cuello de su armadura.

—¡No tuve opción! ¡Uno de ellos cayó, como si su pie se hubiese dañado de repente!

—¿Qué?

—¿Dónde están? —preguntó Erika, claramente alterada.

—No lo sé con exactitud. Las calles están irreconocibles por la destrucción, pero fue a unos cinco minutos del parque central.

El ambiente era tenso. Todos estaban nerviosos. Pero Elías, a pesar de la tormenta, mantenía la calma. Su rostro apenas se crispaba.

—Cariño, los niños… —susurró Erika, sujetándolo de la camisa.

Elías se mantuvo quieto, rostro sombrío. Luego se enderezó.

—Tengo que ir.

—Voy contigo.

—No… Erika, debes quedarte.

—Elías. Ellos también son mis niños. ¿Sí? No puedo quedarme sin hacer nada.

—Te necesitan aquí. Floiyo y Reginald están agotándose. Frederic apenas se mantiene en pie. Te prometo que los traeré de vuelta.

Erika dudó. Sus labios temblaron. Pero finalmente asintió.

—Su Majestad, por favor… cuide de mi esposa.

—No te preocupes, Elías —dijo el Rey—. No permitiré que… vuelva a suceder lo de hace diez años.

Elías asintió. Se preparó para impulsarse. Pero antes de lanzarse, sintió un tirón en la manga. Bajó la vista. Alicia temblaba. Lloraba.

—Por favor… traiga a Lucius e Isolde.

Aquellas palabras no le correspondían a ella. Pero Elías sintió el miedo. La angustia pura. Asintió con firmeza y se lanzó.

Las estructuras se volvieron manchas distorsionadas a su alrededor. La velocidad rompió la barrera del sonido. Cerró los ojos. Buscó puntos de maná a distancia. Un radio de cinco kilómetros. Detrás de él, el aura de todos los que combatían al dragón. Por delante, más presencias. Algunas débiles. Algunas muriendo.

Y entonces, a cuatro kilómetros… cinco presencias destacaban. Tres de ellas potentes. Una, inestable. Borrosa.

Y una más… Una que conocía demasiado bien. Oscura. Perversa. Imposible de olvidar.

El rostro de Elías se contrajo de furia. Desenvainó la espada. Aceleró. Alcanzó Mach 10.

Llegó en un instante. Apenas vislumbró a Dante. Y cortó. Luego, lo golpeó en la mandíbula, lanzándolo hacia el cielo.

Elías había hecho lo único que podía hacer. Había alejado a los niños. Porque Dante era peligroso. Más que el caos que envolvía la ciudad, más que la tormenta de destrucción que consumía las calles. Se preguntaba cómo habían logrado sobrevivir tanto tiempo frente a algo así. Aunque los había enviado a un lugar donde la devastación era aún peor, dejarlos con Dante... habría sido peor que toda la destrucción.

—¿A dónde se supone que tenemos que ir? —preguntó Gareth, jadeando, intentando seguir el paso de Lucius, que aún se sujetaba el pecho por el golpe anterior.

—Supongo que hacia dónde viene toda la destrucción. Mi padre parecía cansado, así que probablemente viene del centro de todo —respondió Lucius, esquivando los escombros que caían.

—¿Crees que mamá esté bien? —preguntó Isolde, con preocupación marcada en la voz.

—Debería. No es alguien fácil de derrotar.

Lucius confiaba en las habilidades de su madre, y con esa convicción, esperaba contagiar a su hermana. Volteó hacia Leonard, que también se sujetaba el pecho. El rodillazo de Dante había sido brutal.

—¿Estás bien, Leonard? —preguntó Lucius.

—Más o menos. Ese tipo me dejó con un dolor horrible en el pecho. ¿Quién era? ¿Por qué fue directamente contra ti?

Leonard tenía preguntas. Pero no era el momento. Aunque, para Lucius, siempre había un espacio para pensar.

—No lo sé. Pero fue extraño. Parecía decidido a acabar con Isolde y conmigo. En cualquier caso, debemos apresurarnos. Siento que... hay algo más grande acercándose.

Aceleraron el paso. Mientras tanto, Elías peleaba con Dante.

Las espadas chocaron, una colisión de fuerza y voluntad. El impacto generó una explosión que destruyó varias estructuras alrededor. Dante intentó cortar el hombro de Elías, pero este se movió con reflejos entrenados, esquivando hacia la derecha y luego lanzando una patada al cuello de Dante, enviándolo lejos.

Elías no se detuvo. Se posicionó sobre él en un parpadeo y descargó un rodillazo que lo aplastó contra el suelo, arrancándole una mueca de dolor.

Dante se recuperó rápido. Tomó la pierna de Elías y lo hizo retroceder. Se levantó al instante y le asestó una patada en la quijada que lanzó a Elías por los aires. En el aire, apareció detrás de él y le dio un golpe directo en la nuca, mandándolo de nuevo hacia abajo.

Elías recobró la compostura justo antes del impacto. Formó una bola de agua y la lanzó hacia Dante. Pero, tal como esperaba, Dante apareció detrás de él. Elías giró y le dio un codazo que impactó en su rostro. Dante respondió con un puñetazo en las costillas. Ambos salieron disparados, heridos, jadeando.

—Hace diez años… —dijo Dante entre dientes, todavía con el cuerpo temblando por el dolor—. No eras tan fuerte. ¿Te obligué a entrenar después de aquello?

—¿Por qué no te callas de una vez? —gruñó Elías, enderezándose, espada en mano—. ¿Qué haces aquí? Estabas lejos, muy lejos de este reino.

Dante rio, sosteniendo su brazo herido.

—Hay algo que me dejaron a cargo. Estar aquí hace que mi cicatriz arda —tocó su ojo izquierdo—. No interrumpas mi tarea, Elías. Vuelve. O el dragón terminará destruyendo todo.

—Terminemos con esto.

Elías arremetió. Su espada buscó el hombro de Dante, pero este desvió el golpe y le dio un puñetazo en el estómago. Elías atrapó su puño, y con un giro rápido, le propinó una patada que lo lanzó volando.

Con un gesto, Elías hizo que la tierra se alzara. Una muralla surgió, y Dante chocó contra ella con violencia. Elías lo alcanzó en el aire. Pero Dante tomó su pierna, lo azotó contra el suelo, y trató de hundir su espada en su pecho.

Elías, rápido, sacó su pistola y disparó. La bala golpeó la espada de Dante, desviándola. Lo empujó con los pies, lanzándolo hacia arriba, y con un movimiento de maná, elevó escombros que impactaron contra el cuerpo de Dante como proyectiles de piedra.

Dante cortó los proyectiles al vuelo. Usó uno como plataforma, impulsándose para descender sobre Elías. El choque fue brutal. Una explosión masiva sacudió la ciudad, lanzando escombros en un radio de un kilómetro.

Elías quedó tendido, sin fuerzas. Dante, encima de él, comenzó a golpearle el rostro con una furia desbordada. Sangre brotaba de la boca de Elías. Estaba débil.

—Maldición. Tenías que venir a arruinarlo todo. ¿No podías quedarte peleando con el dragón y dejarme matar a tus hijos? —soltó un puñetazo tras otro, cada uno con más rabia.

Elías sujetó el puño de Dante, su voz un susurro de furia.

—No te atrevas… a mencionarlos…

—Vamos. Ni siquiera los conoces bien —Dante hizo más fuerza—. ¿Sabes algo? Esos niños que llamas hijos... mataron a los verdaderos.

Elías sintió que algo dentro de él se encendía, tomo el cuello de Dante y se levantó.

—¿Qué estás diciendo?

—Tus hijos. Esos dos. Son reencarnados. ¿No lo sabías? ¿No te has dado cuenta de cómo Lucius se comporta como un adulto atrapado en un cuerpo joven?

Elías recordó... gestos, palabras, miradas. Cada momento extraño, cada rasgo fuera de lugar.

—Y tu hija, Isolde. Por ahora es normal. Pero cuando recupere sus recuerdos... ni tú sabrás qué hacer.

—Tú…

Elías apretó el cuello de Dante con fuerza. Lo estaba asfixiando. Dante sonrió, casi con placer, mientras luchaba por respirar.

—Tarde o temprano te enterarías. Pensé que sería divertido que fuera por mí.

Dante intentó teletransportarse, pero Elías lo atrapó de nuevo, como si hubiera anticipado cada movimiento.

—No vas a desaparecer, maldito. Repite lo que dijiste.

—Esos niños no son quienes crees. Son los que mataron a los verdaderos.

Elías tembló, rabia y miedo mezclándose en su interior.

Dante rio... y se teletransporto, lejos del continente.

---

Elías se quedó quieto, inmóvil, escudriñando el aire como si pudiera atrapar el rastro de Dante entre los escombros que aún se asentaban. Pero no quedaba nada. Solo el rugido lejano de la verdadera amenaza: el dragón.

Suspiró.

—Será mejor que me mueva —dijo en voz baja, y con un impulso de maná, echó a correr en dirección al corazón de la batalla.

Mientras tanto, el campo de combate era un infierno.

Las garras del dragón desgarraban edificios como si fuesen papel húmedo. Reginald disparaba sin cesar hacia el corazón de la bestia, pero sus balas, aun cargadas con maná, rebotaban impotentes contra las escamas endurecidas.

A su lado, Frederic y Floiyo llegaron jadeando, sus cuerpos agotados por el esfuerzo.

—¿Cómo demonios lograron matar al dragón de Eldrathorn? —escupió Frederic entre dientes, frustrado y tambaleante.

—Elías hizo gran parte del trabajo —respondió Reginald, disparando hacia el ala izquierda del monstruo—. Y ese dragón, aunque más grande, no tenía escamas tan malditamente resistentes como este.

—Frederic, ve a buscar a Elías —ordenó Floiyo, moviéndose justo a tiempo para esquivar un bloque de piedra que caía desde lo alto.

—¿Qué? ¡Ni de broma! Si me voy, esto se va al carajo más rápido.

—Ya estamos en desventaja. Y sin Elías, estaremos muertos. Erika tampoco aguantará mucho más.

Frederic dudó. Su respiración era un puñal en la garganta. Pero chasqueó la lengua y asintió.

—Más te vale no morir, anciana —dijo, retrocediendo unos pasos y girando sobre sus talones antes de salir corriendo.

Pero en el camino, se topó con Lucius, Isolde, Gareth y Leonard.

—¿Señor director? —preguntó Lucius, frenando de golpe.

Frederic se detuvo, incrédulo.

—¿Lucius? ¿Dónde está Elías?

—Peleando —respondió Isolde, visiblemente preocupada y sin aliento.

—¿Peleando con quién?

—Con…

—No importa —la interrumpió Frederic—. No hay tiempo. Corran. Yo buscaré a Elías.

Y sin más, desapareció entre los escombros.

Lucius lo observó alejarse, luego giró y siguió corriendo. Los demás lo imitaron. El sonido de la destrucción los guiaba hasta el centro de la tormenta.

Y entonces lo vieron.

El dragón.

—¿Qué… qué es eso? —preguntó Gareth, con los ojos abiertos del susto.

Lucius lo miró, con la mirada fría, analítica.

—Un dragón —dijo simplemente—. Tenemos que ayudar.

Pero no llegaron muy lejos.

Una figura distorsionada por la velocidad apareció frente a ellos, arrastrándolos a un lugar apartado.

—¿¡Qué demonios creen que están haciendo!? —gritó una voz familiar, cargada de miedo.

—¿Mamá? —dijo Isolde, desconcertada.

El resplandor de un rayo del dragón iluminó el rostro sudoroso y exhausto de Erika.

—¡Mamá! —Isolde corrió hacia ella, lanzándose a sus brazos, las lágrimas quebrándole la voz.

Erika la abrazó con fuerza, sin soltarla.

—¿Dónde está su padre? —preguntó, mirando a Lucius.

—Está peleando —respondió él, acercándose.

—¿Qué? ¿Con quién?

—Con alguien que se hacía llamar…

El rugido del dragón los interrumpió, un alarido que hizo temblar la tierra. Erika reaccionó al instante.

—Tienen que irse. Ahora.

—¿Qué? ¡No! No podemos dejarte aquí —protestó Lucius, obstinado.

—¡Lucius! No es momento para esto —su voz cortó como una orden militar—. Esa cosa va a destruir el reino si no la detenemos ya.

Lucius se quedó sin palabras. Erika le dio la espalda y salió disparada hacia la batalla.

Gareth se volvió hacia Leonard.

—Déjame aliviar el dolor —dijo, colocando la mano sobre su pecho. El maná recorrió su pecho, calmando el dolor. Pero un nuevo rugido volvió a sacudir el suelo. Gareth se tambaleó, pero no se detuvo. Continuó.

Isolde se quedó quieta. Lucius le tomó la mano con firmeza.

—Debemos obedecer a mamá.

Ella bajó la cabeza, mordiéndose el labio. Finalmente asintió con tristeza.

Gareth terminó y se colocó junto a ellos. Sin decir una palabra, los cuatro emprendieron la retirada, alejándose del desastre con los corazones llenos de culpa.

Corrían, sintiendo que traicionaban a quienes estaban luchando por protegerlos. Y justo entonces, del cielo cayeron escombros a una velocidad mortal.

Pero se pulverizaron en el aire.

—Espero que estén bien, chicos —dijo Reginald detrás de ellos.

—Más o menos —respondió Isolde.

—Los ayudaré a salir de aquí. Deben estar exhaustos.

—¿No deberías estar ayudando con el dragón? —preguntó Lucius, sin entender.

Reginald miró hacia la batalla, soltando un suspiro largo.

—Tal vez. Pero su madre me dejó a cargo de ustedes. Así que… vámonos.

Sin más, comenzó a correr, y los chicos lo siguieron sin dudar.

—¡Tengan cuidado! —advirtió mientras avanzaban—. El dragón no es lo único. También hay enemigos entre las sombras que nos quieren muertos.

Lucius apretó los puños.

Recordó la figura encapuchada que había visto atacando a un guardia durante su escape.

Ahora lo entendía.

Eso también formaba parte de la amenaza.

More Chapters