Cherreads

Chapter 11 - Capitulo 11:

Capitulo 11 –

El atardecer había teñido el castillo de Hogwarts con tonos anaranjados y rojizos, como si el cielo mismo ardiera en un fuego lento y silencioso. Los pasillos comenzaban a vaciarse, los ecos de risas y pasos se desvanecían mientras los estudiantes se dirigían a sus salas comunes. Matt, sin embargo, había tomado un desvío.

No quería compañía esa tarde. Había algo en el ambiente que lo mantenía alerta, un presentimiento difícil de ignorar, como una presión sutil entre las costillas. Caminó por un pasillo lateral del segundo piso, uno que casi nadie usaba. Era un lugar tranquilo, perfecto para pensar… y para ser emboscado.

—Vaya, vaya… si no es el pequeño genio de Snape —dijo una voz, rompiendo el silencio con un filo venenoso.

Matt se detuvo. Su espalda se tensó, pero no giró inmediatamente. Reconocía esa voz. Dean Flint, uno de los Gryffindors de quinto año, alto, arrogante, con una sonrisa que buscaba provocar. Con él, otros tres lo rodeaban lentamente: Joshua Macmillan, Terry Davies y el más silencioso del grupo, Logan Brooks.

Matt se giró con calma. No habló. Solo los observó con esa expresión suya que mezclaba serenidad con una pizca de ironía. Como si no se tomara en serio el peligro que otros querían imponerle.

—¿Otra vez? —preguntó al fin, sin levantar la voz—. Pensé que después de la última vez habrían entendido.

—¿Entender qué? ¿Que vas por ahí creyéndote mejor que nosotros solo porque Snape te arrastra como su sombra? —gruñó Joshua, dando un paso al frente—. Todos saben lo que eres, Moore. Eres... raro. Oscuro.

—No encajas —añadió Flint—. Y ya es hora de que alguien te lo deje claro.

El pasillo quedó en silencio por un momento. Matt clavó la mirada en Flint. No tenía miedo. Era demasiado tarde en su vida para temer a palabras vacías. Había enfrentado cosas peores que insultos y miradas cargadas de prejuicio.

—¿Y cómo planeas hacer eso? ¿Golpeándome en los pasillos? ¿Intimidándome para que desaparezca? —replicó con tranquilidad, las manos en los bolsillos—. Qué valientes.

Hubo un titubeo. Logan desvió la mirada, incómodo. Matt lo notó. No todos estaban completamente convencidos. Flint sí. Y eso bastaba para que la tensión subiera.

—No necesitamos varitas para hacerte entender tu lugar —dijo Terry con una sonrisa torcida.

Matt arqueó una ceja. Todavía sin moverse.

—No soy yo quien debería recordar su lugar.

Fue apenas un murmullo, pero suficiente para helar la escena. Flint frunció el ceño. Dio un paso más.

—¿Estás amenazándonos?

—No —dijo Matt, y esta vez su voz fue más firme—. Estoy diciendo que no soy como creen. No soy débil. No soy uno más de los que pueden empujar al rincón con insultos baratos. Y si intentan algo... tendrán una respuesta.

Flint desenfundó su varita con un gesto rápido. Los otros lo imitaron. Matt no se movió.

Un segundo. Solo uno. Un destello pasó por los ojos grises de Matt, como un reflejo lejano de algo más profundo. Y entonces, sin pronunciar palabra, levantó su varita también. Pero no la apuntó a nadie.

Apuntó al suelo. Entre ellos.

—Incendio.

Una llamarada breve y controlada surgió, marcando una línea de fuego entre él y los Gryffindors. Las llamas chisporrotearon, intensas por un instante, antes de apagarse. No era fuego negro. Era fuego común, magia básica. Pero el mensaje era claro.

La expresión de Flint cambió. No era miedo aún. Era sorpresa. Incomodidad. El aire se volvió denso.

—¿Estás loco? —dijo Terry.

—No —respondió Matt, bajando la varita—. Solo estoy cansado.

Se hizo el silencio de nuevo. Ninguno se atrevía a moverse. Finalmente, fue Logan quien retrocedió. Luego los otros, con miradas que ya no eran desafiantes, sino tensas, desconfiadas.

Flint fue el último en bajar su varita. Pero lo hizo.

—Esto no ha terminado, Moore.

Matt lo miró sin sonreír.

—Nunca termina para los que no saben cuándo rendirse.

Y con eso, les dio la espalda. Caminó despacio, sin apurarse, como si la amenaza no hubiera existido.

Pero en su mente, todo hervía. No de rabia, ni de miedo, sino de una certeza: la próxima vez, no serían solo chispas. No porque él lo deseara, sino porque su magia estaba comenzando a responder por sí sola. Cada vez que era empujado, herido, provocada... la magia actuaba. Y Matt lo sabía. Su control era fuerte, pero limitado. Su poder dormía bajo la superficie como una bestia que empezaba a estirarse.

Cuando dobló el pasillo, ya fuera de la vista de los Gryffindors, cerró los ojos por un momento. Respiró hondo.

Sabía que eso no era el final. Solo el inicio de algo más grande.

——

Matt siguió caminando sin mirar atrás, aunque podía sentir aún el peso de las miradas de aquellos Gryffindors en su nuca. Ya no le importaban sus palabras, pero sí lo que habían provocado dentro de él. Algo oscuro, viejo y profundo. No era rabia... era algo más antiguo. Como si su propia magia se irritara ante la humillación contenida.

Doblando otro pasillo, sus pasos lo llevaron cerca de una galería con vitrales que daban al patio interior. El resplandor del sol poniente cruzaba los cristales, pintando el suelo de formas abstractas que se retorcían como lenguas de fuego. Matt se detuvo. De pronto, sintió un cosquilleo en la palma de la mano que aún sostenía la varita. La miró. No había herida, pero la madera vibraba levemente, como si compartiera su estado de ánimo.

Algo se movía dentro de él. Algo que no entendía del todo.

Con cuidado, guardó la varita y se sentó en una repisa de piedra junto a una de las ventanas. Miró hacia el cielo, donde las primeras estrellas comenzaban a asomar tímidamente. Se sentía cansado, pero no físicamente. Era una especie de agotamiento mental… emocional. Como si cada encuentro con esa hostilidad le arrancara algo.

"No soy débil," se repitió en silencio. Pero sabía que no era suficiente con repetirlo. En Hogwarts, donde las casas se cerraban como tribus y la sangre mágica marcaba la diferencia, ser fuerte no bastaba. Había que ser respetado. O temido.

Un leve crujido lo alertó.

—Has estado a punto de prenderles fuego, ¿lo sabes?

La voz era inconfundible. Seca, cortante, con esa mezcla de desprecio controlado que solo Severus Snape manejaba con precisión quirúrgica.

Matt no se giró al instante. Cerró los ojos y respiró.

—No era fuego negro, si es lo que vienes a reclamar —dijo, finalmente, con un tono neutral.

—No necesito ver las llamas negras para saber que tu magia estaba lista para soltarse —respondió Snape, acercándose con pasos suaves pero firmes—. ¿Y si no te detenías? ¿Qué habría pasado si tu poder decidía protegerte... por su cuenta?

Matt abrió los ojos y lo miró de reojo. Snape estaba de pie, con los brazos cruzados, la túnica flotando levemente por la brisa que entraba por los vitrales abiertos. Había severidad en su rostro, pero también algo más. Preocupación, tal vez. O una sospecha que crecía con cada acto del chico.

—No lo habría dejado pasar —dijo Matt—. Tenía el control.

—¿Lo tenías tú, o lo tenía el fuego?

La pregunta quedó suspendida. Matt no respondió de inmediato.

Snape bajó la mirada por un momento, como si evaluara qué tanto decir.

—Hay magias que responden a los impulsos —continuó—. Algunas están ligadas a la emoción. Otras, a la necesidad. Pero hay una... que despierta cuando te hieren, cuando te aplastan, cuando intentan quebrarte.

Matt no se movió.

—¿Fuego negro?

Snape asintió.

—No todos lo entienden. No todos lo poseen. Pero tú… tú estás empezando a rozarlo. Y si no sabes quién manda, si no dominas la emoción que lo alimenta, él decidirá por ti.

Matt miró sus manos. Las cerró lentamente.

—No quiero lastimar a nadie. Pero tampoco puedo seguir siendo el blanco de todo.

—Lo sé —dijo Snape, con menos dureza—. Pero te advertí desde el principio, Moore. Aquí no te harán fácil el camino. Y si eliges responder con fuego, no solo ellos se quemarán.

El silencio entre ambos se hizo largo, espeso.

Finalmente, Matt se levantó. Se acercó al profesor y lo miró directo a los ojos.

—Entonces enséñame. Enséñame a controlarlo. Todo. El fuego, la rabia, la oscuridad. Si no lo hago yo, lo hará él… y no creo que me guste lo que salga.

Snape lo observó por unos segundos más. Luego, apenas con un gesto leve, asintió.

—Muy bien. Pero será bajo mis condiciones.

Matt asintió también. Estaba listo para pagar el precio. Porque dentro de él, la llama dormida comenzaba a abrir los ojos. Y no había marcha atrás.

…debes entender que no habrá indulgencia —respondió Snape con voz baja pero firme—. No busco consolarte. Te voy a forzar a mirar dentro de ti, incluso cuando lo que veas te dé miedo. Porque si no lo haces tú… lo hará el fuego.

Matt no retrocedió.

—Prefiero enfrentar eso… que seguir fingiendo que no está ahí.

Snape lo observó por un largo instante. Luego, sin decir más, se giró y comenzó a caminar por el pasillo.

—Ven. Comenzamos ahora.

Matt lo siguió. Y por primera vez, no sintió que huía de la oscuridad dentro de él.

La estaba aceptando.

La estaba reclamando.

More Chapters