La puerta principal se abrió con suavidad, dejando entrar a Baldur y Max, que caminaban en silencio.
—Hasta que por fin llegaron… —comentó Gouten desde el sofá, sin apartar la vista del televisor.
—Ya desinfecté la herida como usted me enseñó, señor Baldur —anunció Oliver desde la cocina, mostrándoles su mano vendada—. Hasta la vendé yo solo.
—Vaya… —murmuró Baldur, sorprendido—. Es un buen vendaje, en serio. Muy similar a los que yo hago.
—Ja, ja… lo aprendí de usted —respondió Oliver, con una leve sonrisa. Una sonrisa que, para quien lo conociera, no era del todo auténtica.
Baldur la notó de inmediato. Gruñó por lo bajo, como si algo dentro de él se revolviera. Se quedó quieto, sin saber muy bien qué decir o hacer para consolar al muchacho.
—¿Qué quieres comer, Oliver? —preguntó Baldur, dirigiéndose directamente a él.
—Ramen suena bien… —intervino Gouten, alzando una ceja para tantear la reacción de Baldur.
—Le hablé a Oliver —replicó Baldur, sin siquiera mirarlo.
—No sé… algo que no requiera usar platos ni recipientes… —respondió Oliver con naturalidad.
—Pizza será, entonces —decidió Baldur, con una leve sonrisa.
—Perfecto —respondió Oliver, dejando escapar una sonrisa sincera.
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—¡Siempre la misma historia! ¡Te dan para elegir y nunca te decidís de manera directa! —se quejó Gouten, agitando las manos en el aire—. ¡Yo quería un ramen con mucha carne de cerdo!
—¿Podrías bajarle a la voz? —le pidió Max, visiblemente fastidiado por el escándalo—. Hoy elige Oliver y te callas… Mañana te toca a vos.
—Bueno… —bufó Gouten, cruzándose de brazos.
—Bueno… tomaré mis cosas e iré a comprar los ingredientes para… —dijo Baldur mientras buscaba su abrigo.
—Un momento, señor Baldur… antes de que se vaya —lo interrumpió Max con una calma inusual para él. Su tono sonaba tranquilo, casi apenado, y su mirada reflejaba una tristeza contenida. Oliver y Gouten lo observaron con curiosidad.
—Oliver, Gouten… —dijo, enfrentándolos—. Ya no los entrenaré.
—¿¡Qué!? —exclamó Gouten, casi levantándose del sillón, mientras Oliver simplemente lo miraba en silencio, sin mostrar emoción alguna.
—A partir de ahora… serán entrenados por Baldur.
Oliver abrió los ojos con sorpresa.
― ¿El señor Baldur?… pensé que Max iba a rendirse y dejarnos como un fracaso… pero no… ¿Un cambio de maestro? ―pensó, asombrado, mientras miraba al viejo, que le sonreía con calma.
—¿El señor Baldur? —dijo Gouten, confundido, antes de asentir pensativo—. Tiene sentido… después de todo, es el dueño del dojo y te ganó a ti, Max…
—¡¿Qué dijiste, mocoso?! —bramó Max, dándole un coscorrón en la cabeza—. ¡Que me ganara no te da derecho a hablarme así!
—¡Ay! —se quejó Gouten, sobándose la cabeza—. ¡Maestro, me pegó! —dijo, apuntando a Max y lanzándole una mirada acusadora a Baldur—. ¡Dígale algo!
Baldur levantó el pulgar en dirección a Max y sonrió. "Bien hecho."
—Prometo ser un buen maestro —dijo Baldur, con una leve sonrisa mientras tomaba unas bolsas de la cocina y caminaba hacia la puerta principal—. Les enseñaré tanto como pueda y… no sé qué más decir. Nunca fui maestro.
—¿Eh? —exclamaron Oliver y Gouten al unísono, sorprendidos.
—¿Y por qué es dueño de este dojo? —preguntó Oliver, alzando una ceja.
—Es tradición en los Colegios Elementales —explicó Baldur mientras colocaba una de las bolsas al hombro—. El dojo siempre pasa a manos del Pilar elegido para representar a cada elemento.
—No le entendí nada… —comentó Gouten, mientras veían a Baldur cruzar la puerta e irse.
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A la mañana siguiente, Oliver y Gouten estaban de pie en el lugar de siempre, esperando a Max… hasta que ambos se dieron un golpe en la cara con la palma de la mano.
—¿Cómo pudimos olvidarnos de que ahora el señor Baldur es nuestro maestro? —se preguntó Gouten, echando a andar hacia la casa.
—Creo que ahora debería llamarse "maestro" … Después de todo, ahora lo es —respondió Oliver, siguiéndolo.
—Maestro Baldur… suena genial —dijo Gouten, pensativo—. ¿Por qué no llamábamos "maestro" a Max?
—"Maestro Max" —repitió Oliver en voz alta.
—Mejor no volvamos a decirlo —dijo Gouten, arrugando la nariz—. Suena horrible… "Max" a secas queda mucho mejor.
Ambos chicos llegaron al patio delantero de la casa principal, teorizando sobre cómo sería entrenar bajo la tutela de Baldur. Al acercarse, lo encontraron sentado en un viejo banco de madera, con la mirada perdida en los caminos que llevaban a la ciudad.
—Buenos días, chicos —dijo Baldur al ponerse de pie al verlos llegar.
—Buenos días, Maestro… —respondieron ambos al unísono.
El viejo, aunque no lo mostró abiertamente, sintió un leve calor en el corazón al escuchar ese título. Una sonrisa casi imperceptible iluminó su rostro.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Oliver, con una mezcla de curiosidad y entusiasmo en la voz.
—¿Vamos a correr las 3000 vueltas alrededor de la casa? —añadió Gouten, llevándose las manos a la nuca.
—No… —respondió Baldur con calma—. Mis entrenamientos serán diferentes a los que han conocido…
Al escuchar esas palabras, tanto Oliver como Gouten intercambiaron una mirada de curiosidad e intriga.
—A ver… díganme algo —dijo Baldur, inclinando ligeramente la cabeza para observarlos—. ¿Qué entienden ustedes por disciplina?...
—Eh… es lo que nos enseñó Max —respondió Gouten pensativo, casi rascándose la cabeza—. A ver… era algo así: entrenar hasta el cansancio, no quejarse, respetar al superior y… volverse fuerte…
Baldur asintió con tranquilidad antes de responder.
—Así es… ese es el camino de la disciplina de los Senkaynes —dijo, con voz calma pero firme—. No tan distinto de la disciplina militar humana: estricta, basada en obediencia, orden y jerarquía.
Luego hizo una leve pausa, contemplándolos a ambos.
—La que yo les enseñaré respeta esos principios… pero es diez veces más flexible. No busca convertirlos en simples soldados, sino en personas capaces de fortalecerse y adaptarse, sin perderse a sí mismos en el camino.
—¿Nos va a enseñar…? —murmuró Gouten, alzando una ceja.
—Les voy a enseñar artes marciales —confirmó Baldur, con calma—. El Karate, para ser más preciso… y tal vez un poco de Jiu-jitsu.
Cerró los ojos un instante antes de continuar.
—Pero mi verdadero propósito ahora es ayudarles a adentrarse en este camino, para que entiendan que no es solo una forma de pelear… es mucho más que eso. Es un arte, un lenguaje para expresarse, una disciplina que fortalece tanto al cuerpo como al espíritu.
Abrió los ojos, contemplándolos con serenidad.
—Si lo entienden así, no solo serán mejores guerreros… serán mejores personas.
Ante aquellas palabras, la mirada de Oliver se iluminó. La idea de ir más allá de la simple lucha para adentrarse en un camino espiritual lo intrigaba y emocionaba a partes iguales.
—¡Suena genial! —exclamó Gouten, con entusiasmo al principio… para cambiar de actitud casi al instante—. ¡Mentí! ¡Esto es aburridísimo! —se quejó, sentado en un tronco talado mientras observaba a Oliver y Baldur, ambos inmóviles sobre otros troncos.
—Cierra los ojos, relaja el cuerpo, respira… y búscalo —indicó Baldur con serenidad, percibiendo cómo Oliver seguía al pie de la letra cada palabra.
—¿Y qué es lo que tenemos que encontrar, maestro? —preguntó Oliver en un susurro, sin abrir los ojos.
—Lo sabrás cuando lo encuentres —respondió Baldur, casi en un tono enigmático—. Deja que tu cuerpo fluya junto a tu calma interna… y verás lo que buscas.
—Suena absurdo… y contradictorio —comentó Gouten, casi bufando—. ¿Y si no busco nada?
—Entonces no encontrarás nada —replicó Baldur al instante, sin abrir los ojos.
—Aún no entiendo del todo esto de "buscar algo" que ni siquiera sabemos qué es… —pensó Oliver, con los ojos cerrados y una leve arruga en la frente—.
¿Qué será?… Estar sentado aquí, sin saber qué hacer, no parece ayudarme en nada.
A pesar de la duda, no podía evitar percibir que esta enseñanza era distinta a la de Max. Aquí no solo importaban los músculos o la velocidad… aquí parecía haber algo más grande, algo que escapaba al simple hecho de golpear o resistir.
—Esto es diferente… —se dijo para sí mismo, con una calma desconocida en su corazón—. Siento que lo que nos mostrará Baldur… es mucho más grande de lo que puedo imaginar.
—¿Uh? —murmuró Oliver, al abrir los ojos en la oscuridad. Se encontraba en un vacío absoluto, donde ni un sonido ni una forma humana existían, solo la inmensidad negra alrededor. El miedo y la duda no tardaron en alcanzarlo.
De pronto, dos destellos iluminaron su rostro. Al alzar la mirada, descubrió que frente a él flotaban dos esferas: una brillante y dorada, la otra de un blanco casi sobrenatural.
—¿Qué… qué rayos son ustedes? —musitó Oliver, alargando la mano hacia la esfera blanca. Pero esta, al percibir la proximidad de sus dedos, simplemente retrocedió, esquivándolo con suavidad.
Intrigado, extendió la mano hacia la esfera dorada, pero esta también pareció responder con la misma actitud esquiva.
Al instante, Oliver abrió los ojos de par en par, regresando al presente. El corazón le latía con fuerza, como si acabara de despertar de un sueño al que no alcanzaba a darle un nombre.
—¿Eso… será lo que debo encontrar? —musitó para sí mismo, casi sin aliento.
Lentamente, levantó la mano con la que había intentado rozar aquellas esferas de luz. La contempló en silencio, con una mezcla de incredulidad y reverencia, como si estuviera descubriendo que esa misma mano podía convertirse en un puente hacia algo desconocido.
Cerró los dedos con suavidad, sintiendo un leve cosquilleo en la palma, como si una especie de calor intangible hubiera quedado grabado en ella.
—¿Qué significa?… —se preguntó en voz baja, mientras la calma volvía a abrirse.