Narrado por Hinata Hoshino)
La mañana siguiente al sueño, me desperté con una calma que me asustó. El pánico se había ido, reemplazado por una fría resolución. El dios de mi sueño me había dado una misión, y yo, una niña de trece años, me sentía tan antigua como las estrellas.
En el desayuno, el ambiente era un torbellino de emoción.
"He preparado una lista de los textos que debo consultar en la biblioteca de Valerius", anunciaba Kenji, sus ojos brillando tras sus gafas. "Prioridad uno: 'Crónicas de la Guerra de los Titanes'. Podría contener referencias a la fragmentación original".
"Y yo he preparado el vestuario perfecto para la corte de Valerius", replicó Edu con una sonrisa deslumbrante, ganándose un golpe en la nuca con una cuchara por parte de Shizuka. "¡Es diplomacia, mujer! Un noble con el corazón roto es un noble distraído".
Normalmente, su ligereza me habría hecho sonreír. Hoy, solo veía la fachada. La actuación del "muro" que se creía indestructible. Y recordé las palabras del dios de mi sueño: "...una fuerza poderosa, descontrolada...". Miré a Edu reír, y la sonrisa se me borró.
El resto de la mañana fue un caos dedicado a los preparativos del viaje. El gran patio se convirtió en un campamento de baúles, fardos y argumentos. La batalla principal, como siempre, se libraba entre Edu y Shizuka.
"¡Es esencial!", insistía Edu, sosteniendo una túnica de seda color zafiro. "Este color resalta mi autoridad como heredero".
"Lo que resalta es una diana para cualquier asesino a sueldo", replicó Shizuka, arrancándosela de las manos y metiendo en su lugar un juego de cuchillos de lanzamiento. "Practicidad sobre vanidad, Edu-sama. O la próxima túnica que lleve será una mortaja".
Mientras ellos discutían, yo noté a la saboteadora principal.
Zuzu.
Mi pequeña gata, normalmente un torbellino de energía, hoy se movía con el sigilo de una espía. Sabía que nos íbamos. Y no tenía ninguna intención de quedarse atrás. Su objetivo: el equipaje.
Su primer intento fue con el baúl de Azumi, que estaba perfectamente ordenado. Zuzu intentó colarse entre dos kimonos doblados, pero Azumi, sin siquiera mirar, cerró la tapa con una precisión milimétrica. La gata soltó un bufido de frustración. Su segundo intento fue con el pesado arcón de libros de Kenji. El plan habría sido perfecto, si no fuera porque Kenji, al volver, decidió hacer un último recuento y oyó un maullido ahogado desde el interior.
Observé todo esto con una extraña dualidad. Una parte de mí disfrutaba de la ridícula normalidad de todo. La otra parte, la que había visto el vacío, sentía un nudo de pavor. Cada risa, cada discusión trivial, era un tesoro que estábamos a punto de perder.
Fue entonces cuando lo vi. Mi padre, desde la puerta de su estudio, llamó a Azumi. No pude oír sus palabras, pero vi la forma en que ella enderezó los hombros, la manera en que tomó el rollo de pergaminos que él le ofrecía y el casi imperceptible rubor que tiñó sus mejillas.
Supe al instante a dónde se dirigía y qué le esperaba. Iba a comenzar otra ronda en la interminable y no declarada rivalidad amorosa de la Casa Hoshino. Una parte de mí, la niña que aún existía bajo el peso de mis visiones, sintió una punzada de emoción. Era nuestro teatro particular, y la obra estaba a punto de empezar.
Con el sigilo que había aprendido observando a Zuzu, seguí a Azumi a una distancia prudente. Ella se detuvo frente a la puerta de Edu, tomó una respiración profunda como un soldado antes de la batalla, y entró.
"Edu-sama", dijo con voz firme.
Me asomé por la esquina, observando la escena. Edu estaba en el centro de su habitación, intentando sin éxito que Zuzu se quedara quieta sobre un cojín. Al ver a Azumi, abandonó su tarea y le dedicó esa sonrisa que era su arma más afilada.
"¡Azumi-san! Mi eficiente y misteriosa guardiana. Justo la persona que necesitaba ver".
Vi a Azumi tensarse. Estaba intentando resistirse. "Vengo por orden de tu padre", replicó, sosteniendo el pergamino como si fuera un escudo. "La ruta de viaje final".
"Ah, asuntos oficiales", dijo Edu, acercándose a ella con ese andar felino que siempre la descolocaba. Ignoró el pergamino. "¿Sabes? Estaba pensando. Tu nombre, 'Azumi', significa 'morada segura'. Es irónico, porque cada vez que estás cerca, mi corazón se siente de todo menos seguro".
Ahí estaba. El arma que yo conocía tan bien. El encanto que desarmaba, la palabra que se convertía en una llave para abrir defensas que el acero no podía romper.
"Lord Ibuki me ha ordenado que no me entretenga", insistió ella, su voz un témpano de hielo que comenzaba a derretirse por los bordes.
"¡Una orden!", exclamó Edu, fingiendo seriedad. "Entonces esto requiere... un ritual. Una prueba de confianza. Cierra los ojos y extiende las manos. ¿O acaso dudas de las tradiciones de mi casa... y de mí?".
Fue una trampa perfecta. Vi la lucha en el rostro de Azumi antes de que, con un suspiro de frustración, cerrara los ojos con fuerza y extendiera las manos.
Edu le dedicó una sonrisa traviesa. Con un movimiento rápido y silencioso, tomó el rollo de mapas de sus manos y, en su lugar, depositó con delicadeza a la gata Zuzu.
Los ojos de Azumi se abrieron de golpe. Su expresión fue una sinfonía de conmoción, incredulidad y una furia sonrojada. Zuzu, feliz, comenzó a trepar por su hombro.
"¡Has pasado la prueba de confianza!", declaró Edu alegremente.
Y en ese instante, mientras veía a la imperturbable Azumi completamente desarmada por una gata y a mi hermano reír con una alegría tan pura y genuina, algo dentro de mí se rompió.
Una risa.
Una risa real, honesta y mía, escapó de mis labios. Tuve que apretarme la mano contra la boca para no hacer ruido. Y en ese momento, por un minuto glorioso y fugaz, la pesadilla se desvaneció. El peso del futuro, la voz del dios en mis sueños, la imagen del cascabel roto... todo desapareció. Por un instante, volví a ser solo Hinata, la hermana pequeña que se reía de las travesuras de su hermano y sus amigas. Por un instante, olvidé que el mundo estaba condenado.
Fue el momento más feliz que había tenido en días.
Y el más doloroso.
Porque tan rápido como llegó, se fue. El recuerdo de mi misión, de las sombras y del chasquido que borró la realidad, regresó con la fuerza de una ola helada, recordándome mi lugar.
Vi a Azumi salir de la habitación a grandes zancadas, murmurando "mocoso insolente", demasiado avergonzada para decir más. Vi a mi hermano, victorioso y feliz.
Y entendí.
Estos momentos. Esta risa. Esta ridícula y maravillosa rivalidad. Esto era lo que estaba en juego. Esto era lo que el futuro terrible amenazaba con borrar para siempre.
Mi misión ya no se sentía solo como una carga impuesta por un dios. Se sentía personal. Lucharé, pensé, no solo porque un dios me lo ordenó.
Lucharé para que mi hermano pueda seguir haciendo estas bromas estúpidas. Lucharé para que Azumi pueda seguir sonrojándose así.
Lucharé para poder volver a reír de esta manera, sin que el peso del fin del mundo me ahogue el corazón.
Dejar nuestro hogar fue como arrancar una parte de mí misma. Mientras la caravana se ponía en marcha, miré hacia atrás hasta que el dojo se convirtió en un punto en la distancia. Para mi familia, era el emocionante comienzo de una aventura. Para mí, era el primer paso ineludible en el camino de mi profecía, y cada traqueteo de las ruedas del carruaje era un eco del chasquido que había roto el mundo en mi sueño.
Llegamos a la bulliciosa ciudad comercial de Aethel después de dos días de viaje. Era un torbellino de gente, olores y sonidos, un mundo vibrante y completamente ajeno al terror que anidaba en mi corazón.
"Haremos noche aquí", anunció mi padre durante la cena en la mejor posada de la ciudad, un lugar ruidoso y alegre.
"¡Excelente!", exclamó Edu. "¿Sus tabernas son famosas por algo más que la cerveza agria, padre? Un heredero debe mantenerse informado de las... costumbres locales".
"Son famosas por su Gremio de Aventureros, que es precisamente por lo que nos detenemos", respondió Ibuki, su tono tranquilo silenciando la broma de mi hermano. "Contrataremos una escolta local para atravesar el Paso del Susurro. Se ha vuelto un nido de bandidos".
¿O es por la marca que hiciste en el mapa, padre?, pensé, un escalofrío recorriéndome.
A la mañana siguiente, entramos en el Gremio, y fue como entrar en el estómago de una bestia rugiente. El gran salón de madera olía a cerveza derramada, a cuero sudado y a acero. Enormes aventureros comparaban sus heridas de guerra, mientras otros jugaban a los dados en las esquinas, apostando monedas con sonrisas desdentadas. En una pared inmensa, un tablón de misiones estaba cubierto de pergaminos, un tapiz de los problemas y miserias del mundo.
Mientras mi padre se abría paso hacia la oficina del Maestro del Gremio, mi madre, Sakura, nos reunió a Kenji y a mí en un rincón relativamente tranquilo. Su serenidad era una isla en medio de aquel mar de caos.
"Observen con atención", nos instruyó, su voz un susurro claro. "La corte tiene sus títulos y sus linajes. Este lugar tiene una jerarquía más honesta. Miren las placas que cuelgan de sus pechos".
Señaló con la barbilla al grupo más ruidoso de la barra. "Esas placas de cobre opaco... Rango Cobre. La base de la pirámide. Son lo suficientemente fuertes para asustar a los goblins y escoltar a mercaderes asustados. Pero su equipo es pobre y su estrategia, inexistente. Son martillos buscando clavos".
"Su postura es terrible", murmuró Kenji, ajustándose unas gafas que no llevaba. "Demasiadas aperturas. Su eficiencia en combate debe ser limitada".
Mi madre sonrió. "Un buen observador, Kenji. Ahora miren allí". Su mirada se desvió hacia una mujer solitaria que afilaba una espada corta, cuya placa era de un gris metálico y sólido. "Rango Hierro. Ha sobrevivido donde los de Rango Cobre perecen. Su mirada es más cautelosa. Entiende que no todos los problemas se solucionan con fuerza bruta".
"¿Y el rango se basa en el Maná?", preguntó Kenji, fascinado. "¿Mide la capacidad total o el flujo de poder por segundo? La distinción es crucial para la estrategia de combate".
"Ambas cosas", explicó Sakura. "El Orbe del Gremio, al que todo ciudadano puede acceder a los dieciséis años, mide tu 'pozo', tu reserva total, y tu 'grifo', la potencia con la que puedes liberarlo. Por eso un mago con un gran pozo pero un control lento puede tener el mismo rango que un guerrero con menos maná pero una capacidad de liberación explosiva. Mide el potencial de combate. Edu, ¿estás escuchando?"
Pero Edu no estaba escuchando. Se había aburrido de nuestra lección de cosmología y su atención se había desviado hacia el grupo de Rango Cobre, que ahora alardeaban frente a una joven camarera.
"¡Y entonces le arranqué la mandíbula al jefe goblin con mis propias manos!", bramó el más grande de ellos, un hombretón llamado Kael.
Edu se acercó con una sonrisa perezosa, Zuzu sobre su hombro observando todo con sus ojos bicolores.
"Una historia fascinante, caballeros", dijo Edu, su voz encantadora cortando sus bravuconadas. "Aunque debo admitir que mi gata se ha enfrentado a ardillas con una ferocidad táctica superior. La estrategia de flanqueo de una ardilla defendiendo su nuez es un espectáculo de la naturaleza digno de estudio. Es un cumplido, en realidad".
La camarera soltó una risita ahogada. Kael se giró lentamente, su rostro congestionado por la cerveza y la ira.
"¿Qué has dicho, niño bonito?", gruñó. "¿Crees que porque vistes seda puedes insultar a los hombres que sangran por este reino?".
"¡Se está burlando de ti, Kael!", gritó uno de sus amigos.
Antes de que Kael pudiera dar un paso, dos sombras se interpusieron. Shizuka simplemente colocó una mano en el hombro del hombretón. No apretó, pero vi cómo la cara de Kael pasaba del rojo al blanco pálido. Debió sentir la fuerza de una montaña en esa simple mano.
"Por favor, disculpe a mi joven maestro", dijo Shizuka, su sonrisa dulce como la miel pero sus ojos fríos como el acero. "Su sentido del humor es... un gusto adquirido. Como el queso muy viejo. Y un accidente aquí dentro, con tantos testigos, sería una mancha terrible en su reputación. Las misiones de escolta de alto pago requieren aventureros... fiables", dijo, enfatizando la última palabra.
Fue Azumi quien añadió el toque final. Su voz, tranquila y cortante, era más fría que el acero de una daga. "Además, el papeleo por agresión a un noble extranjero de una casa aliada es... exhaustivo. Puedo asegurarle que se perdería varias temporadas de trabajo solo rellenando formularios. Si sobrevive al 'accidente', claro está".
La combinación de la amenaza física velada de Shizuka y la amenaza burocrática glacial de Azumi fue demasiado. Kael se sentó de golpe, murmurando algo ininteligible.
Edu suspiró dramáticamente. "Qué lástima. Y yo que pensaba que habíamos encontrado entretenimiento para la noche. Vamos, mis eficientes guardianas, siempre arruinando mi diversión".
En ese momento, mi padre regresó, con una expresión satisfecha. "Está hecho. Tenemos una escolta. Un grupo de Rango Hierro, muy recomendado. Partimos en una hora".
Mientras salíamos del bullicioso gremio, mi mirada se desvió una última vez hacia el tablón de misiones. Y mi corazón dio un vuelco. En una esquina, casi oculto por peticiones más grandes y nuevas, vi un pequeño y viejo pergamino. La tinta estaba desvaída, la caligrafía era temblorosa.
Decía: "Ayuda. Aldea de Pinar del Norte. Las bestias... actúan de forma extraña. Nos observan. Cazan con un plan. Por favor, ayuda."
Nadie más lo notó.
Subí al carruaje, el sonido de mi familia discutiendo alegremente sobre el incidente en el bar llenando el aire. Apreté mis manos en mi regazo, el trozo de pergamino grabado a fuego en mi mente. La advertencia no había llegado en una carta secreta del rey.
Estaba aquí. Clavada en una pared para que todo el mundo la viera.
Y nadie le estaba prestando atención.