Hela caminó con paso firme hacia el centro de la ciudad, sus pasos resonaban sobre las piedras destrozadas de las calles. A su alrededor, las columnas caídas y el humo ascendiendo desde los edificios derrumbados.
En la plaza central, dos figuras la esperaban.
—Ustedes... —dijo Hela, con los ojos encendidos de furia—. ¿Ustedes son los responsables de esto?
Uno de los hombres, de piel morena y ojos rojos como brasas encendidas, sonrió con descaro.
—Mucho gusto —dijo con voz suave, casi juguetona—. Me llamo Azrael. Vaya, eres una chica bastante linda...Dime ¿Acaso planeas detenernos tú sola?
El otro, mucho más alto y fornido, con el cabello negro y desordenado, desvió la mirada con molestia.
—Haz lo que quieras con ella —gruñó, cruzando los brazos—. Yo solo estoy aquí por la misión.
Azrael frunció el ceño, ofendido.
—¡¿Que?!.¡Oye, David! ¿¡A dónde rayos vas!? ¡Se supone que somos un equipo!
David ya se alejaba, sin mirarlo siquiera.
—Yo vine por la Caja de Pandora. Tú encárgate de la diversión.
Azrael, con el ceño fruncido, alzó las manos en un gesto exagerado.
—¡Oye, no puedes hacer esto! —protestó, ofendido—. ¡Eres un tipo demasiado aburrido! En serio, ¿qué clase de compañero deja a otro justo antes de un combate?
Suspiró.
—Bueno… ¿en qué estábamos?
Antes de terminar la frase, Hela se lanzó hacia él con furia, empuñando su guadaña con ambas manos. La hoja cortó a Azrael en dos… pero su cuerpo estalló en llamas y se deshizo como una ilusión ardiente.
Una cortina de fuego se encendió detrás de ella, y de entre las llamas emergió Azrael, ileso, aplaudiendo con sarcasmo.
—Vaya, sí que eres agresiva —dijo con tono burlón—. Y esa guadaña... me recuerda a alguien.
Hela se detuvo en seco. Su expresión cambió de furia a sorpresa. Algo en esas palabras la golpeó profundamente.
—¿Qué... dijiste?
Azrael ladeó la cabeza, sonriendo con los ojos entrecerrados.
—¿Acaso tú eres el responsable de lo que le pasó a mi hermano? —gruñó Hela, apretando la empuñadura de su arma con fuerza.
El ambiente se tensó. Las llamas chispeaban a su alrededor.
Azrael soltó una carcajada corta, ladeando la cabeza con curiosidad.
—Vaya, qué interesante… ¿Así que era tu hermano? Bueno, no fui yo quien lo convirtió en piedra —dijo, con una expresión seria—. Esa fue obra de Arioch. Ese tipo… ahora es un monstruo inestable.
Hela apretó los dientes con rabia. Su mirada ardía como brasas contenidas.
—Ya veo… Así que estuviste involucrado. Con eso basta. Esa es razón suficiente para matarte.
Chasqueó los dedos.
Un destello. Un zumbido agudo en el aire.
Azrael apenas logró moverse a tiempo, pero un delgado corte le rozó la mejilla. Un hilo de sangre cayó por su rostro mientras sus ojos se abrían con asombro.
—¿Qué fue eso...? —murmuró, tocándose la herida con los dedos—. Nunca había visto un corte tan rápido. Un poco más… y me matas.
Hela volvió a lanzarse como un rayo hacia Azrael, que aún no comprendía del todo la naturaleza de su habilidad.
Azrael levantó las manos con rapidez, y varias copias de fuego surgieron a su alrededor para protegerlo. Pero Hela chasqueó los dedos nuevamente.
¡Zzzzak!
Las copias se deshicieron en un instante, atravesadas por cortes invisibles... y esta vez, el Azrael real no escapó ileso, un tajo superficial cruzó su abdomen, haciéndolo gritar del dolor.
—Tsk… —rezongo Hela, con los ojos encendidos de furia—. Deja de esquivarlo… solo muere de una vez.
Azrael, se limpió la sangre con el dorso de la mano… y en su mente, las piezas comenzaban a encajar.
Cada vez que chasquea los dedos, aparece ese corte… pero no es una energía Alfa de tipo viento.
Lo más raro es que el corte no surge desde sus dedos, sino que se manifiesta aproximadamente a un metro del oponente.
Sin darle tiempo, Hela se lanzó con su guadaña, pero Azrael levantó una cortina de llamas. El fuego rugió como una ola incandescente. Hela logró esquivarlo con agilidad, pero al hacerlo, Azrael aprovechó para retroceder aún más, aumentando la distancia entre ellos.
—Ahora estás a unos ocho metros... —murmuró —. Parece que ahí no puede cortarme. Ese debe ser su límite.
Entonces, alzó las manos, y docenas de esferas ígneas comenzaron a girar a su alrededor.
—A ver qué haces con esto…
Lanzó una lluvia de bolas de fuego desde la distancia. Hela intentó esquivarlas, girando, saltando, protegiéndose con su guadaña, pero varias la alcanzaron, quemando su ropa y su piel.
De pronto, dos copias de fuego se lanzaron cuerpo a cuerpo. Hela chasquio los dedos y logró destruir a una, pero la otra le propinó un golpe directo al abdomen, haciendo que cayera de rodillas.
La copia, creo de sus manos una lanza de fuego, con la punta incandescente vibrando por la energía. Se lanzó hacia Hela con intención letal.
Pero entonces, Hela sonrió.
—Qué ingenuo resultaste ser…
Dio un aplauso.
¡CLAP!
Miles de cortes invisibles se materializaron en el aire, como cuchillas etéreas barriendo la plaza. La copia fue destruida al instante, y el verdadero Azrael, que observaba confiado desde la distancia, fue alcanzado por varios tajos. La sangre salpicó el suelo mientras su cuerpo caía de rodillas, envuelto en dolor y heridas abiertas.
—Maldita… —susurró con su último aliento consciente—. Ocultó su técnica definitiva… me hizo creer que tenía la ventaja…
Hela caminó hacia él con pasos lentos.
—Muere, infeliz —dijo con voz fría, alzando su arma.
Pero justo antes de asestar el golpe final, un destello la cegó brevemente. Azrael desapareció.
—¿Qué...?
En los escombros del templo de Zeus, apareció con el cuerpo ensangrentado de Azrael.
—Eres un imbécil —dijo beatriz que lo había teletransportado—. Siempre que descubres como evadir una técnica de tu adversario te confías, por eso siempre pierdes. ¡Imbécil! ¡Eres un imbécil!.
Baal, que estaba de pie cerca de ella, observaba la escena con expresión de absoluta decepción. Se llevó la mano a la frente y suspiró.
—Beatriz trata sus heridas. Y deja de burlarte, ya está inconsciente.
Beatriz bufó, pero obedeció,sacó de un bolso unas vendas y comenzó a vendar heridas de su compañero. verdad era clara..
Baal observaba la ciudad en llamas, con los brazos cruzados detrás de la espalda. Su mirada estaba fija en el lugar donde había quedado Hela, agotada, pero viva.
—Esa mujer... —murmuró— puede convertirse en un problema.
Beatriz, aún arrodillada junto a Azrael, asintió con seriedad.
—Tienes razón, mi señor. Pero ahora mismo, por más que lo intente, no podría teletransportarla a más de un kilómetro... —agregó con un suspiro, frustrada.
Baal no pareció sorprendido.
—No importa —respondió con calma.
Metió una mano en el interior de su túnica y sacó cinco gemas brillantes, cada una resplandeciendo con una energía distinta y peligrosa.
—Con esto... —dijo mientras las contemplaba— abriré la Caja de Pandora. Y con ella, destruiremos el mundo de los dioses.
Beatriz lo miró, por un momento en silencio. Luego esbozó una sonrisa.
—Ellos... Sentirán lo que sentimos nosotros cuando Asfodelos fue destruida.
...
De vuelta en la ciudad, Hela se levantó con dificultad. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, y cada movimiento le provocaba un dolor punzante. Sin embargo, se obligó a mantenerse firme.
Fue entonces cuando escuchó explosiones a lo lejos. Provenían del cuartel de la Legión de los Dioses.
Sus ojos se abrieron con alarma.
—Maldicion Merlina debe seguir ahí, tengo que apresurarme, por favor no vallas a morir... Merlina.
Sin perder un segundo, se impulsó con una gran velocidad, desapareciendo entre el humo y el viento, rumbo al cuartel.
...
Mientras tanto, en el orfanato…
Artemisa cerraba con fuerza las cortinas, tratando de ocultar a los dos pequeños que temblaban tras un mueble.
—Niños, no deben salir de aquí, ¿entendido? —dijo con voz suave pero firme.
Tanatos, con los ojos grandes y brillosos, preguntó con voz temblorosa
—Mamá Artemisa… ¿Cree que la señorita Hela esté bien?
Artemisa sonrió con ternura, aunque su mirada traicionaba la angustia que llevaba dentro.
—Claro que sí. Hela es una mujer muy fuerte. No hay nadie que pueda derrotarla.
Pero en su mente… las palabras eran otras.
Hela por lo que más quieras... No vayas a morir.
Suspiro, Pero la calma no duró mucho.
Afuera del orfanato, los gritos llenaban el aire como cuchillas.
—¿Dónde está el cuartel de los dioses? —rugía una voz entre golpes brutales.
Artemisa, con el corazón encogido, abrió apenas un resquicio en la cortina. Y vio.
Era un joven de piel blanca, ojos morados oscuros y un extraño collar en el cuello. Golpeaba a un soldado de la Legión con una violencia brutal, una y otra vez, hasta dejarlo inmóvil en el suelo.
Entonces… se detuvo.
Y su mirada se volvió lentamente hacia el orfanato.
Artemisa dio un paso atrás, su rostro se empalideció. Enseguida empujó a los niños hacia el gran sofá del salón.
—Rápido… —susurró—. Entren aquí.
Con sus manos , abrió un hueco por detras del mueble, apenas suficiente para que los dos pequeños entraran.
—Pase lo que pase… no griten, no digan una sola palabra —ordenó con firmeza.
Los niños, temblando, asintieron en silencio. Artemisa les dio una última mirada cargada de amor. Luego c movió el sofá hasta que cubriera por completo la entrada.
Bum.
La puerta estalló en mil astillas.
El joven del collar entró al lugar caminando con paso lento, seguro.
—Oiga… usted. ¿Dónde está el cuartel? —preguntó, con voz suave… pero tan tétrica que helaba la sangre.
Artemisa, de pie frente a él, no retrocedió.
—Si le digo… ¿no me hará daño?
—Claro. Si colabora… no pasará nada —respondió con una sonrisa sin alma.
—Está bien… —dijo Artemisa, conteniendo el temblor en su voz—. Siga recto hasta la plaza central. Luego tome la entrada de la derecha y a tres calles estará el cuartel de la legión. Es un edificio enorme, imposible de no verlo.
El hombre asintió.
—Gracias.
Y entonces, con una serenidad, agregó.
—Y como agradecimiento… tendrá una muerte rápida.
Antes de que Artemisa pudiera reaccionar, una espina de piedra emergió del suelo con violencia letal, atravesando su cabeza en un instante. No tuvo tiempo de defenderse. No tuvo tiempo de decir adiós.
Su cuerpo cayó, sin vida, con los ojos aún abiertos.
El hombre salió del orfanato… sin mirar atrás.
Dentro del sofá, los niños apretaban la respiración, sin entender del todo lo que había pasado, pero sabiendo en su pequeño corazón… que algo terrible había ocurrido.
—¿Mamá Artemisa? ¿Ya podemos salir? —preguntó Tanatos con voz suave, cargada de inocencia.
Desde el silencio oscuro del escondite, Hipnos también llamó
—Mamá… mamá Artemisa… por favor, responde…
Tanatos volvió a hablar, esta vez con la voz quebrada
—Mamá… ya se fue el hombre malo… ya podemos salir, ¿sí?
Los dos niños sin respuesta, comenzaron a empujar el sofá hasta moverlo. Salieron del escondite temblando de miedo.
—¿Mamá...? —dijo Tanatos, paralizado.
Artemisa yacía inmóvil, en un charco de sangre que se había extendido por el suelo. Sus ojos ya no miraban, y su sonrisa cálida ya no estaba.
—Mamá Artemisa — dijo Hipnos sin comprender lo que estaba pasando, se arrodillo junto a ella, sacudiéndola —. Mamá, por favor, despierta— las lágrimas recorrían la mejilla del niño— ma...mamá— ya no pudo contener más y rompió en llanto.
Tanatos también cayó de rodillas, las lágrimas bajando por su rostro sin freno.
—No… no te duermas, mamá… ¡ya se fue el hombre malo! ¡Ya estamos bien! ¡Tú dijiste que estarías con nosotros!. ¡MAMA ARTEMISA!
Ambos niños lloraban, abrazándola, suplicando que volviera. Pero la diosa que los protegió como a sus propios hijos… ya no podía oírlos.
Fin...