El rugido del capataz transformado desgarró la niebla como una cuchilla de furia. Su cuerpo, ahora un amasijo de músculos verdosos y endurecidos, se abalanzó sobre Daredevil con una velocidad alarmante para su nueva masa. El justiciero, apenas un destello oscuro entre la bruma, esquivó el primer golpe: un puño del tamaño de una calabaza se estrelló contra un contenedor con la fuerza de un martillo, dejando una abolladura profunda y vibrante como una campana maldita.
El aire se saturó con el sonido irregular y atronador de los latidos del monstruo. Para Matt Murdock, cada bombeo era un tambor ensordecedor, una percusión salvaje que retumbaba en su oído superhumano. El corazón de aquel hombre, convertido en una bomba biológica al borde de la ruptura, alimentaba con furia cada célula de su carne hipertrofiada. Daredevil percibió la densa masa muscular, la rigidez ósea, la pulsación acelerada de venas sobrecargadas.
Esto no era solo un hombre grande; era un muro viviente de músculo y rabia, y cada golpe que lanzaba era una maza cargada con la intención de matar.
Daredevil danzaba. Cada esquiva era una nota precisa en la sinfonía del combate, su radar interior cartografiaba los movimientos del monstruo con una fracción de segundo de ventaja. Un uppercut, lo bastante poderoso como para destrozarle el cráneo, rozó su mejilla. Una patada lateral que habría lanzado a un hombre común al mar fue bloqueada por su antebrazo, pero la fuerza lo arrastró hacia atrás varios pasos, el metal húmedo chirriando bajo sus botas.
"¡Corres bien, diablo!", rugió el capataz, su voz ahora grave y distorsionada, como un motor al borde del colapso. "¡Pero no puedes correr para siempre!"
Matt se dio cuenta de la diferencia. Este no era un matón cualquiera. Su piel era dura como cuero viejo, y sus golpes con los puños eran poco más que toques sobre un saco de arena lleno de piedras. Probó con una patada alta al rostro, pero fue como golpear una pared, el gigante apenas parpadeó antes de barrerlo con un brazo, y enviarlo a volar. Daredevil chocó contra un contenedor apilado; el impacto lo dejó sin aliento, y sus costillas protestando por un dolor agudo. En ese momento, una linterna caída de uno de los matones rodó hasta sus pies y un destello de idea cruzó su mente.
Fuerza contra fuerza no funcionaría. Necesitaba el entorno, desgaste, distracción, estrategia. Tenía que encontrar lo que el enemigo no podía ver.
El capataz rugió de nuevo, y con un salto potenciado, cubrió diez metros en un instante, cayendo sobre el lugar donde Daredevil acababa de estar y el impacto dejó un cráter en el suelo. Esta cosa no era una bestia sin control: sus ojos brillaban con astucia y cálculo, sabía lo que hacía.
"¡Llevo meses preparándome para ti, pequeño demonio!", siseó con desprecio, su voz con un deje de cinismo distorsionado. "¡Arruinaste mis operaciones en el Bajo Manhattan, en Brooklyn... Esta vez, te estaba esperando!"
Daredevil rodó hacia un lado, deslizándose bajo un golpe vertical y atacó rápido: un puñetazo al riñón, un golpe al tendón de la corva, nada. Era como golpear piedra húmeda, no hubo reacción de dolor, solo un gruñido frustrado. En su radar, Matt sentía el temblor de las venas, y el crujido de articulaciones estresadas. El suero lo estaba desgastando, pero no lo suficiente.
El capataz giró sobre sí mismo, y la cadena pesada pasó silbando en el aire. Daredevil se agachó, sintiendo el chasquido cortando el espacio a centímetros de su cabeza.
El gigante intentó un segundo barrido, pero Matt ya estaba dentro de su guardia, apuntando a los puntos de presión, las articulaciones, buscando cualquier vulnerabilidad. Un golpe en el codo, otro en la rodilla, buscando desestabilizar.
Pero también fue inútil.
El coloso respondió con un golpe de revés, directo a la sien de Daredevil. Al instante, la cabeza de Matt giró y un dolor punzante le estalló detrás de los ojos, su audición se distorsionó momentáneamente, llenándose de un zumbido agudo. Cayó de rodillas, con el mundo girando a su alrededor, y el sabor cobrizo de la sangre llenando su boca.
"¡Vas a lamentar haberte metido en mis negocios!", gruñó el monstruo avanzando como un tanque. Su respiración era agitada, pero su voluntad inquebrantable, alzó la cadena, y se preparó para el golpe final; el óxido brillando a la luz de la luna.
Matt mareado, apenas podía mantenerse en pie. Sus sentidos, ahora su principal arma, eran casi abrumadores con el estruendo de los pasos del gigante, el crepitar de sus venas y el ominoso silbido de la cadena. El tiempo se le acababa y el gigante estaba encima de él con la cadena levantada como un hacha. El plan de agotamiento no había sido lo suficientemente rápido.
El capataz se cernió sobre él con la cadena elevada, un brillante halo de óxido en la pálida luz de la luna. En ese instante detenido, Matt levantó la mirada, el ojo de la tormenta en el rostro del gigante.
Había subestimado la magnitud de esta transformación. El golpe descendió con un silbido mortal e imparable; un relámpago de muerte cargado de furia química que lo golpearía sin piedad.
Pero el rayo nunca llegó.
Un borrón oscuro y veloz impactó contra el costado del hombre con la fuerza de un camión. No fue un simple golpe, sino una embestida que el gigante verde con toda su masa recién adquirida, fue arrancado del suelo y arrojado como un muñeco contra una pila de contenedores. El estruendo de metal deformado ahogó cualquier otro sonido, como si el muelle entero hubiese recibido una descarga eléctrica.
Daredevil, todavía aturdido, "parpadeó".
Su oído superhumano captó el crujido del acero y el jadeo ronco del monstruo al estrellarse. Una nueva silueta emergió entre la niebla: una mujer alta y atlética, vestida con una chaqueta de cuero negra raída, camiseta oscura, vaqueros gastados y botas militares. Su cabello oscuro y revuelto enmarcaba un rostro de facciones duras, apenas visible tras una mascarilla de tela negra que ocultaba nariz y boca.
"¿En serio? ¿Un suero mágico de los 'grandotes'?, dijo con una voz rasposa, empapada de sarcasmo. Dio un paso hacia el capataz, que comenzaba a reincorporarse con un gruñido. "Pensé que los villanos de baja estofa usaban cadenas... ¿Necesitabas ayuda con el tamaño, grandulón? Hay métodos menos patéticos para lidiar con eso, ya sabes..."
El capataz, recuperándose del impacto, rugió de furia con las venas latiendo como cuerdas tensas bajo su piel verdosa. No esperaba una interrupción, y mucho menos de una mujer que hablaba como si estuviera aburrida de la vida. Lanzó un puñetazo salvaje y cargado de rabia hacia ella.
Ella ni parpadeó.
Con una facilidad escalofriante, detuvo el puño con una sola mano. El muelle gimió bajo sus pies por el impacto contenido, y sus músculos se tensaron, pero ella no cedió ni un milímetro. "Lento", espetó con desdén, y desvió el brazo como si apartara una cortina, luego, con un movimiento, le dio un uppercut brutal a la mandíbula que lo levantó del suelo, y lo estampó de nuevo contra un contenedor. Un nuevo CRUNCH ahogado sacudió el aire.
Recuperándose desde el suelo, Matt percibía cada golpe con sus sentidos exacerbados. La forma en que el aire se desplazaba, el eco de los impactos, la vibración del acero, los golpes de la mujer eran... distintos. Más densos, más potentes, Inhumanos, pero su cuerpo no coincidía. Su sentido de radar le decía que la masa muscular de la recién llegada era normal, quizás un poco superior a la media, mas la fuerza que imprimía era de otra liga.
¿Mutante? ¿Algún experimento? Su radar apenas la había detectado en semanas pasadas, siempre en incidentes menores. Pero nunca en algo de esta magnitud.
El coloso se incorporó otra vez, más furioso que nunca. Gritaba desde las entrañas, con los ojos inyectados en sangre, y la rabia reemplazando el dolor. Ya no era el cazador, era la presa humillada, su sangre verdosa le manchaba el pecho, y sus venas, como serpientes bajo la piel, vibraban al borde del colapso. Sus ojos, enrojecidos, se fijaron en la mujer con una furia asesina.
"¡Maldita perra! ¡Te voy a partir en dos!"
Su cuerpo tembló y no solo de ira, estaba cambiando otra vez, creciendo. Los casi dos metros se extendieron aún más hacia arriba y sus músculos se hincharon con una nueva oleada de volumen, haciendo estallar los últimos jirones de ropa. Su tono verdoso se volvió más oscuro, más turbio, como lodo hervido, y un mapa de venas ahora cubría cada centímetro visible de piel.
El aire a su alrededor vibró.
El crujido de sus huesos se oyó incluso desde donde yacía Daredevil. Si antes levantaba dos o tres toneladas, ahora su fuerza se acercaba al umbral de las ocho, quizás más, una intensidad que se acercaba peligrosamente a la de la mujer con 10 toneladas. El suero, alimentado por el odio y la humillación, estaba forzando al cuerpo más allá de sus límites.
Ahora era un coloso de furia desbordada, pero Jessica Jones no retrocedió,
"¿Ah, sí?", respondió relajada, como si estuviera ante una discusión de bar. "Siempre lo mismo con ustedes. Un poco de 'súper-esteroides' y creen que son la gran cosa. Deja que te diga algo: no lo eres"
La criatura, ahora más grotesca y masiva, lanzó un grito de guerra, una mezcla de dolor y furia pura. El suelo tembló cuando se abalanzó de nuevo, no solo con fuerza, sino con una desesperación brutal. Ya no era solo fuerte: era más rápido, más errático, más impredecible, su rabia se había vuelto una ventaja, desdibujando su límite entre brutalidad y técnica.
Jessica Jones se preparó. La sonrisa cínica se mantuvo en sus labios bajo la mascarilla. La pelea, que había parecido casi unilateral, acababa de encontrar su verdadero punto de casi equilibrio, y Jessica no lo notó hasta que fue demasiado tarde.
Un puño impactó de lleno en su rostro.
Fue un golpe brutal, seco, sin adornos, tan inesperado que no logró apartar el golpe como con la vez anterior, y por un instante, el mundo pareció congelarse. Jessica salió despedida como un proyectil, su cuerpo girando en el aire antes de estrellarse contra una pila de contenedores con un ruido metálico que reverberó por todo el muelle.
El impacto le arrancó el aliento.
Jessica quedó tendida sobre el suelo metálico, la humedad y el frío colándose por cada costura de su ropa. El viento silbaba entre las grietas del muelle como un lamento antiguo, mientras sus ojos, de un verde intenso, se perdían en el cielo oscuro y la luna creciente y parcial que se burlaba de ella tras las nubes.
"Vaya", masculló para sí misma con una sonrisa, la voz apenas un murmullo bajo la tela. La sangre, tibia y densa, le corría por el labio partido. "Esto es nuevo. ¿Quién dijo que los esteroides no te hacen volar?"
No había huesos rotos, ni dientes flojos. Su cuerpo, acostumbrado a impactos que pulverizarían a cualquier humano, había absorbido el golpe con esfuerzo, pero sí le dolió, le dolió como el infierno. La sorpresa, más que el dolor, era lo que le zumbaba en los huesos: el bastardo verde la había lanzado, y eso era una molestia para ella.
El capataz, con la cara hinchada por la rabia y el esfuerzo, rugió y se abalanzó de nuevo. No esperó, no dio respiro, había sentido el peso de sus 8 toneladas y sabía que la había herido. Su plan era rematarla.
"¡¿Sigues riéndote, perra?! ¡Te voy a arrancar esa maldita máscara y te haré tragar tus dientes!", Jessica se incorporó de golpe, rápida como un resorte oxidado que aún conserva su poder. Sus músculos se tensaron bajo la chaqueta rota, esta vez, no había sarcasmo, no había desprecio. Había un frío cálculo detrás de cada fibra que se alistaba para continuar el combate.
El aire siseó cuando la cadena volvió a moverse. El coloso la lanzó con un silbido asesino, no para golpear, sino para enredarla e inmovilizar, pero ella ya lo había anticipado. Con un movimiento seco, atrapó los eslabones al vuelo, el metal crujió en su mano, y con un tirón bestial, desequilibró al monstruo. La cadena dejó de ser un arma y se volvió un ancla en manos de Jessica.
El gigante tropezó, los pies desordenados bajo su peso.
"¡Inútil!", gruñó Jessica, y lo recibió con una rodilla directa al abdomen. El impacto sonó como una explosión hueca, un estallido de órganos comprimidos. El hombre se dobló en dos, escupiendo aire y vómito al mismo tiempo, retrocedió tambaleándose, sin caer, pero visiblemente afectado.
Desde el suelo, Daredevil captaba el nuevo ritmo de la pelea. Su oído le decía lo que sus ojos no podían: Jessica no golpeaba como un tanque; lo hacía como una profesional. Una combinación de precisión, rabia y experiencia, su fuerza era quirúrgica. El capataz, en cambio, era una avalancha de poder sin control. Donde él lanzaba mazas, ella insertaba bisturís. Podía oír el gruñido gutural del gigante, y el jadeo de la mujer al esquivar el impacto de cada golpe. La batalla había pasado de una cacería brutal, a un combate de pesos pesados.
El gigante rugió y se reincorporó. Sus ojos eran puro incendio.
"¡Te mataré! ¡Te mataré, maldita sea!"
El capataz se abalanzó con una lluvia de puñetazos desbocados, cada uno cargado con suficiente fuerza para derribar una pared. El muelle temblaba bajo sus pisadas, bajo el peso de su furia. Mientras tanto, Jessica esquivaba por milímetros, su cuerpo danzando como una hoja arrastrada por el viento. Uno de los golpes rozó su hombro, rasgando el cuero de la chaqueta, otro pasó a centímetros de su cabeza.
Y entonces, se hartó.
"Me cansé de esto", siseó Jessica, y con una velocidad inesperada, atrapó el siguiente puñetazo del capataz en el aire. El gigante intentó zafarse, pero la mano de Jessica era como una prensa de acero.
La balanza entre ellos seguía siendo desigual, aunque él se había fortalecido.
El capataz, con sus ocho toneladas de poder desenfrenado, no podía liberarse de Jessica y sus diez toneladas de fuerza sin presumir. Sus músculos vibraban como cables de alta tensión por el esfuerzo.
Una sonrisa cínica nació bajo la tela negra de la mascarilla de la mujer.
"Es hora de recordarte quién manda aquí"
Con esfuerzo y una rotación de cadera, Jessica aprovechó su propia fuerza y la inercia del coloso en una rotación salvaje. Lo arrastró y lo lanzó con violencia demoledora contra una pila de contenedores. El impacto no solo abolló el metal; hizo que la torre entera se tambaleara peligrosamente, soltando un chirrido de vigas y planchas metálicas que anunciaban la inestabilidad de la estructura.
El capataz quedó semi-enterrado bajo el peso de un contenedor que había cedido en parte, jadeando y retorciéndose con los ojos inyectados en sangre. Un líquido verdoso goteaba entre sus dientes apretados y la rabia que lo invadía ahora mezclada con una pizca de miedo. La bestia estaba herida, pero no derrotada, y el crujido del metal presionando contra sus límites advirtió que el tiempo de gracia había terminado.
La pizca de temor en los ojos del capataz se desvaneció, reemplazada por una furia primigenia, incomprensible. Con un rugido que hizo vibrar el aire, más propio de una bestia herida que de un hombre, se incorporó. No se levantó: arrancó el contenedor que lo oprimía con pura fuerza bruta, lanzándolo con desdén hacia un lado.
El metal crujió y voló por los aires antes de estrellarse contra el suelo del muelle con un estruendo que ensordeció incluso la niebla. El impacto derribó una pila adyacente de contenedores, desencadenando una avalancha metálica.
De las entrañas de la chatarra emergió una figura en crecimiento constante, devorada por la niebla y la furia. El hombre ya no era un simple gigante: era un coloso en expansión. Su cuerpo se deformaba grotescamente, alcanzando una altura de más de tres metros y medio. Sus músculos, hinchados hasta el absurdo, reventaban la piel en un tono verde oliva tan oscuro que se confundía con la sombra.
Y las venas, que ya eran protuberantes, danzaban en su cuerpo como ríos brillantes bajo la epidermis, palpitando con una luz interna enfermiza. Sus pantalones, hechos jirones, colgaban como trapos inútiles.
Su respiración era el rugido de una fragua; un trueno profundo que retumbaba en los huesos del muelle, y sus ojos hundidos eran ahora dos pozos negros, cargados de rabia comprimida. La energía que emanaba era asfixiante, un aura de poder bruto que eclipsaba cualquier amenaza que Jessica Jones hubiera enfrentado antes en las calles de Hell's Kitchen. Esto no era un simple super soldado, esto era una criatura de 18 toneladas de pura destrucción y su mirada se fijó en Jessica con la intensidad de un depredador que encuentra a su presa.
Jessica lo observó, con la expresión oculta tras la mascarilla, pero su reacción fue clara: sus ojos se abrieron, y el sarcasmo se le congeló en la garganta. Esto no era una transformación… Era una maldita declaración de guerra y sintió una punzada helada recorrerle la columna... Él no era simplemente más grande: era un abismo.
El capataz, ahora una montaña de músculo verde y viviente, no esperó de nuevo.
Con una velocidad espantosa para su tamaño, se lanzó sobre ella. No corrió: saltó, cubriendo la distancia en un parpadeo, y Jessica, atónita ante la magnitud de la amenaza, apenas tuvo tiempo de tensar el cuerpo cuando un manotazo devastador le impactó de lleno en la sien, con la fuerza de un tren descarrilado que resonó por todo el muelle como un gong de guerra.
Jessica fue arrojada como una muñeca de trapo girando en el aire sin control. Su cuerpo chocó con una fuerza brutal contra una columna metálica, haciéndola crujir antes de ceder, y el rebote la arrojó al suelo de concreto con un golpe seco y definitivo.
El estruendo marcó el fin de su movimiento. Quedó tendida e inmóvil, con los miembros contorsionados y el rostro girado hacia el cielo. No soltó un gemido, ni un suspiro, solo un hilo de sangre que se filtraba bajo la mascarilla y se extendía lentamente por el suelo metálico. Estaba fuera de combate, su conciencia aplastada bajo la brutalidad.
El capataz, impasible, observó su cuerpo inerte y dejó que una mueca de triunfo deformara su rostro; una sonrisa salvaje.
Era el cazador al fin con su presa.
Fue en ese entonces cuando Daredevil, arrastrándose fuera de su propio dolor y niebla mental, actuó. La impotencia lo impulsaba, más que la estrategia. Sabía que no podía igualar esa fuerza, pero no podía quedarse de brazos cruzados. Luchando por mantenerse en pie, lanzó una de sus porras contra la pierna del monstruo, pero el impacto fue un golpe seco y ridículo contra una piel tan tensa y dura como una aleación.
El capataz apenas lo notó.
Su atención permanecía clavada en Jessica, como si Daredevil fuera solo un zumbido molesto, pero en ese breve lapso en que el coloso lo desestimó, Matt, ignorando el dolor en sus propias costillas y la futilidad de su propios ataques, concentró sus sentidos agudizados en Jessica, mientras también lanzaba golpes.
Pudo oír el pulso débil, casi moribundo de su corazón, y el sonido anómalo de la sangre estancándose lentamente en su cráneo en lugares donde no debía. La había golpeado con todo y esto era grave, extremadamente grave. No había lucha, ni siquiera un atisbo de conciencia, solo el silencio de un cuerpo al límite.
En ese momento, sin verlo, el hombre golpeó a Daredevil y lo tiró al suelo.
El capataz alzó un pie masivo, su mirada estaba en el cuerpo de inerte de Jessica, pero en el último segundo, la cambió, preparándose para aplastar al pequeño diablo que se atrevía a interponerse.
"¡¡¡AAAAAAGH!!!"
El aire se desgarró con un grito. Pero no era de Daredevil, era un aullido de agonía pura que brotó de la garganta del coloso verde, un sonido tan crudo que hizo temblar hasta las grúas oxidadas del muelle. El pie suspendido se detuvo a escasos centímetros del rostro de Matt, congelado en el aire como en una fotografía rota.
El cuerpo del capataz se convulsionó violentamente, desgarrado por una fuerza interna invisible. Un dolor insoportable, como miles de agujas incandescentes perforando cada fibra de su ser lo atravesó desde su interior. La furia en sus ojos se transformó en un terror primario, su mirada dilatada por el tormento.
Para él, el mundo se había convirtido en un remolino de vértigo, luces girando sin control, y sombras distorsionadas. Dio un paso atrás, luego otro, y tropezó consigo mismo. De su piel deformada y sobreestimulada comenzó a emanar un vapor denso y verdoso, que silbaba al contacto con el aire nocturno como si el mismo infierno respirara. La transformación siguiente fue tan rápida como brutal.
Los músculos hipertrofiados se desinflaron como si un dios invisible hubiera cortado la válvula de presión. Su piel se arrugó, y se pegó a los huesos, deshidratándose a una velocidad antinatural. Sus ojos se hundieron, y los pómulos se afilaron como cuchillas bajo la carne flácida. La criatura que segundos antes había dominado el muelle, se redujo a un espectro raquítico, una figura momificada cuya piel de tono ceniza colgaba como papel quemado.
Y entonces colapsó.
Con un último estertor gutural, el cuerpo sin vida del capataz se desplomó sobre el suelo, sonando como un saco de huesos secos. El silencio que siguió fue abrumador, un vacío ensordecedor, solo interrumpido por el goteo constante de la lluvia y el eco lejano de un barco perdido entre la niebla.
Daredevil se puso de pie, su mente era un espacio blanco, congelado, atrapado entre la incredulidad y el instinto, sus sentidos trataban de procesar lo imposible: el grito, el vapor, la descomposición acelerada, el crujido de huesos deshidratándose, el súbito cese de latidos. Había "visto" cosas en Hell's Kitchen, pero esto fue algo nuevo, incluso para él, pero no se permitió el lujo de quedarse paralizado. Su radar confirmaba lo que ya sabía: el hombre estaba muerto, no inconsciente, no moribundo, muerto. Un cascarón seco, un cuerpo sin alma.
Sin perder un segundo, Matt giró sobre sus talones y corrió hacia Jessica. Su cuerpo seguía tendido en el suelo, inerte como una estatua herida. Se arrodilló a su lado, junto a sus dedos enguantados palpando con una delicadeza urgente su sien, su cuello y el tórax. Su radar interior escaneó la escena: una depresión en la parte lateral del cráneo, justo en el punto donde había recibido el golpe. La respiración de Jessica era superficial, casi imperceptible, un hilo débil que apenas movía su pecho. Sus latidos eran lentos y torpes, cada uno como un eco distante que amenazaba con extinguirse.
La presión en su cerebro era anormal.
Un murmullo grave y constante le indicaba que algo dentro estaba mal: una hemorragia cerebral, tal vez una conmoción severa o ambas. Sus músculos estaban tensos, temblorosos, y aunque no detectaba fracturas evidentes, su fragilidad era clara, casi insoportable al tacto. La energía que antes irradiaba con cada paso ahora no era más que una sombra.
Jessica Jones pendía de un hilo.
El muelle volvió a sumirse en un silencio espectral. Solo quedaba el goteo hipnótico de la lluvia y el golpeteo errático del corazón de Jessica. Un corazón que luchaba, un corazón que aún no se rendía.... Apenas.
En ese momento, Matt recordó su plan original desde el principio: una vez que los traficantes fueran neutralizados y las mujeres aseguradas, lanzaría una llamada anónima al 911 y desaparecería entre las sombras, dejando que las autoridades se encargaran del resto. Y en condiciones normales, si se encontrara con una víctima con heridas tan graves, la dejaría en manos de paramédicos y doctores profesionales capaces de ofrecer la atención que él no podía brindar. Era parte de su código: intervenir, pero no sustituir a quienes curaban de verdad.
Pero Matt no podía dejar a Jessica.
Una mujer enmascarada, con habilidades y heridas tan severas que exigirían explicaciones imposibles, no podía aparecer ante los oficiales de Nueva York como una víctima cualquiera. Su identidad civil estaría en riesgo, su mundo colapsaría, además, su instinto de héroe (por más que operara en las sombras y azotes), le impedía abandonarla en ese estado crítico.
Con un quejido mudo que le cruzó las costillas adoloridas, Daredevil deslizó un brazo por debajo de la espalda de Jessica y otro bajo sus piernas. Luego la levantó con sumo cuidado, sintiendo cómo su cuerpo se acomodaba inerte contra el suyo.
Era pesada, pero manejable para su fuerza humana al límite. La ajustó mejor una última vez contra su cuerpo, protegiendo su cabeza contra su hombro y se volvió hacia el contenedor donde las mujeres aterradas, escuchaban el estruendo de la batalla. Sus ojos aunque ciegos, se dirigieron hacia ellas con una intención precisa. Así, con el esfuerzo de mantener un peso de más encima, lanzó un pequeño teléfono desechable que llevaba siempre consigo, haciéndolo rodar por el suelo de metal con un golpeteo hueco hasta detenerse justo dentro de la jaula improvisada.
"Llamen al 911", su voz, por única vez, rompió el silencio. Era baja y áspera, pero firme. "Digan que están en el muelle 16. No cuelguen. Esperen a que lleguen"
Con esas palabras, el Hombre sin Miedo se puso en marcha. No hacia las partes altas, sino hacia las profundidades del laberinto de contenedores, como un espectro rojo que se deslizaba entre los ángulos de la noche. Cada sombra se convirtió su refugio, y cada pila de metal en un muro que ocultaba más de lo que dejaba ver.
Daredevil se desvaneció en la oscuridad de Hell's Kitchen, cargando en brazos la vida apenas colgante de una vigilante vencida, dejando atrás una escena bañada en horror, ecos de violencia, y una silenciosa promesa de justicia. Solo un tiempo después, cuando el silencio empezaba a asentarse como una bruma densa, el ulular distante de las sirenas comenzó a desgarrar la noche.
Confirmando con su sonido que la llamada de ayuda había sido recibida.
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