Conduciendo su imponente camioneta modificada por las calles de la ciudad, Chen Fei se convirtió, sin lugar a dudas, en el centro de todas las miradas. En tiempos normales, este tipo de vehículos ya llamaría la atención por sus modificaciones extremas. Pero lo que él manejaba superaba con creces cualquier excentricidad habitual. Era un monstruo de acero, robusto, anguloso y funcional, pero también grotescamente llamativo. Incluso entre otros vehículos modificados, la camioneta de Chen Fei destacaba como un titán entre enanos.
Sin embargo, lo que más le preocupaba no eran las miradas curiosas, sino los policías de tránsito. Con una modificación tan evidente y exagerada, cualquier agente lo detendría sin dudarlo para hacerle una larga lista de observaciones o directamente requisarle el vehículo. Esa era una de las razones por las que no se había atrevido a sacarlo antes a la calle.
Con el corazón latiendo a toda velocidad, Chen Fei logró regresar sin problemas al garaje subterráneo de su edificio. Al aparcar, notó que tenía las palmas empapadas en sudor por la tensión acumulada. Por suerte, el camino había estado despejado. La mayoría de los policías que normalmente patrullaban las calles estaban ahora movilizados para colaborar en el cierre de la ciudad y mantener el orden, lo que, irónicamente, jugó a su favor.
Aún sentado frente al volante, Chen Fei miró su teléfono con vacilación. Dudó un momento, tragó saliva y, finalmente, marcó un número que llevaba días debatiendo si usar o no: el de Mu Meiqing.
Llamó una vez… sin respuesta.Llamó dos veces… nada.En la tercera, finalmente, una voz familiar, fría y directa, respondió al otro lado de la línea.Era Mu Meiqing.
—¿Qué te pasa, Chen Fei? ¿No sabes que estoy trabajando? ¡El hospital está lleno! Si no tienes algo importante que decir, voy a colgar. ¡Esta noche tengo turno extra!
La voz de Mu Meiqing atravesó el teléfono con su tono frío y profesional de siempre, pero Chen Fei podía oír el bullicio del hospital detrás de ella, el caos, los pasos apresurados, los gritos amortiguados... Podía imaginarla perfectamente: con su bata blanca, caminando rápido por los pasillos del hospital, con el ceño fruncido y el teléfono entre el hombro y la mejilla, molesta por recibir una llamada en un momento tan complicado.
Justo cuando ella se disponía a cortar, Chen Fei habló con una gravedad inusual:
—Hermana Qing… Solo le tomaré cinco minutos. Por favor, escúcheme. ¡Lo que tengo que decirle es muy importante! No me pregunte por qué, solo confíe en mí. Le juro que dire solo la verdad.
Fue la primera vez que Chen Fei le hablaba de esa forma, con tanta seriedad. Al otro lado del teléfono, Mu Meiqing guardó silencio unos segundos, percibiendo la preocupación sincera en su voz. El tono de ella cambió, suavizándose, con un dejo de curiosidad y precaución.
—Está bien. Habla. Pero solo tienes cinco minutos.
Chen Fei soltó el aire con alivio. Y con voz firme, casi en susurros, dijo:
—Hermana Qing… mañana en el hospital sucederá algo raro. Gente empezará a morder a otra. Lo sé, suena loco, pero será real. Esa situación va a escalar rápido. Si ve algo así, no se acerque, no intente ayudar ni razonar. Salga del hospital lo antes posible, busque un lugar seguro y enciérrese. No salga a la calle a menos que sea imprescindible.También le recomiendo preparar agua, comida, medicinas. Lo necesario para unos días. No puedo explicarle por qué lo sé, pero si alguna vez confió en mí, hágalo ahora.
Después de hablar, el propio Chen Fei se quedó en silencio, nervioso. Sabía que si él mismo escuchara a alguien decir algo así en otra situación, pensaría que estaba loco. Solo podía apostar todo a que Mu Meiqing creyera en su tono, en su urgencia.
—Está bien —respondió ella finalmente, con calma y sin sarcasmo—. Recuerdare lo que dijiste.
Chen Fei se quedó un momento sin palabras. No se lo esperaba. Esa respuesta, tan simple y firme, era una muestra de confianza. De una confianza silenciosa y preciosa.
Tras cortar la llamada, bajó del vehículo y empezó a trabajar sin pausa. Entró a su habitación y comenzó a cargar suministros: comida enlatada, agua embotellada, baterías, herramientas, una linterna de alto alcance… Todo fue directo a la parte trasera de su camioneta modificada.El tiempo corría y el mundo todavía no era consciente del infierno que se desataría en unas horas.
Chen Fei se detuvo a pensar. No podía seguir cargando suministros con tanta tranquilidad, como si aún tuviera tiempo de sobra. Si se quedaba allí, tarde o temprano terminaría enfrentándose a una situación peligrosa, y los zombis no iban a esperar pacientemente mientras él movía cajas. Tenía que estar preparado.
El esfuerzo físico comenzaba a pasarle factura. No estaba en forma, y lo sentía en cada músculo. Cargar tantas cosas lo dejó exhausto. En medio del cansancio, tuvo una revelación importante: si seguía así, sin mejorar su condición física, no duraría ni cien metros corriendo antes de ser alcanzado por un zombi. Necesitaba entrenarse. Y pronto.
Al llegar a la puerta de su apartamento, buscó la llave en el bolsillo. En ese instante, notó una pequeña tarjeta sobresaliendo por la ranura inferior de la puerta. Por lo general, habría ignorado algo tan trivial. Probablemente era otro volante publicitario, una más de esas promociones que acababan en el suelo. Pero esta vez, algo lo obligó a detenerse y leer.
La tarjeta tenía impreso un lema curioso:"¡Hermano Qiang desbloqueador de puertas Profesional!""Su socio oficial designado para abrir cualquier cosa."
Chen Fei la sostuvo en la mano, leyendo con más atención de la que nunca habría pensado dedicarle a un papel así. Y entonces, la idea lo golpeó como una chispa:
¡Las cerraduras!En este nuevo mundo, cada edificio cerrado, cada almacén con suministros, cada departamento vacío... estaría tras una puerta cerrada. El gran obstáculo para encontrar recursos no serían solo los zombis, sino también las cerraduras. En las películas, todo era simple: tres disparos y ¡bang!, la puerta caía. Pero en la vida real…
¿Dónde conseguiría un arma? ¿Y si la tenía, desperdiciaría balas solo para abrir una puerta?Cada disparo atraería zombis, y una bala podría significar la diferencia entre vivir o morir.¿No sería mejor aprender a abrir cerraduras por sí mismo?
Sin dudar más, Chen Fei sacó su móvil y marcó el número impreso en la tarjeta.Él no era un héroe ni un valiente. Siempre había sido alguien común, incluso algo indiferente ante el mundo. Pero ahora todo era diferente. Estaba solo. Nadie iba a salvarlo. Tenía que actuar, ejecutar cada idea útil de inmediato, sin perder tiempo.
Porque en el fin del mundo, quien se queda en la teoría... termina en el menú de los zombis.
El teléfono sonó unas pocas veces antes de que una voz masculina, con tono somnoliento y un poco despreocupado, respondiera al otro lado de la línea:
—¿Sí...? ¿Quién llama...?
Chen Fei enderezó la espalda, apretó el teléfono y habló con decisión.Estaba a punto de aprender a abrir puertas, literalmente, para abrirse paso en un mundo que estaba por colapsar.
—¿Hola? ¿Servicio de cerrajería, en qué le puedo ayudar? ¿Desea que le desbloqueemos algo, cambiar la cerradura o necesita una reparación?
Ante tal pregunta, Chen Fei respondió sin rodeos con algo tan inesperado que casi hace atragantarse al hombre al otro lado del teléfono:
—Quiero aprender a abrir cerraduras. ¿Cuánto cuesta? ¡Dígame su mejor precio!
—¿Ah?... ¡Oigan, chicos! ¿Otra vez están con sus bromas? Yo me lavo las manos sobre los negocios sucios de la oficina, ¿me entienden? Ahora todo lo que hago es legal, con papeles y procedimientos en regla. Si no me creen, investiguen. Pero si tienen algo que decir, díganlo de frente. ¡No estén jugando!
Al escuchar esto, Chen Fei quedó sin palabras. Aquel tipo, claramente algo paranoico, parecía haber sido un cerrajero "informal" en el pasado, lo cual era justo lo que él buscaba: alguien con experiencia real. Era la prueba de que se trataba de una persona auténtica y no una trampa.
—No soy de tu oficina —respondió Chen Fei con seriedad—. Solo quiero aprender la técnica de desbloqueo contigo. Necesito algo que pueda aprender en tres o cuatro horas. Estoy dispuesto a pagar 8000 yuanes. ¿Estás dispuesto a enseñarme?
—Eh... como mínimo 12 mil. Enseñarte esto me pone en riesgo.
Chen Fei pensó que el otro trataría de disimular o hacer alguna pausa para pensarlo, pero el hombre aceptó demasiado rápido, lo que hizo que lo despreciara un poco por dentro. "Este tipo no tiene principios, solo quiere sacar provecho", pensó.
La tienda de cerrajería estaba en un pequeño local comercial cerca de la puerta sur de la urbanización. Chen Fei siguió las indicaciones hasta llegar. Luego de una negociación tensa, finalmente llegó a un acuerdo con el llamado Hermano Hao, un hombre de aspecto sospechoso y ojos de ladrón.
Según lo pactado, Chen Fei solo tendría que pagar una matrícula de 10.000 yuanes. A cambio, el hermano Hao le enseñaría a usar clips y alambres para abrir cerraduras. Según él, con una o dos horas de práctica se podía aprender lo básico, y en tres o cuatro más, ya se podía dominar la técnica, siempre que las cerraduras no fueran demasiado sofisticadas. En teoría, casi todas podían abrirse así.
Pero la realidad demostró que Chen Fei no estaba hecho para unirse a esa "gran familia" del desbloqueo. Le tomó cinco horas completas abrir su primera cerradura, mientras el hermano Hao…
…gritaba, sudaba y maldecía. Apenas logró abrir la cerradura. Más que una habilidad, parecía un acto de desesperación. El resto, según el hermano Hao, era solo cuestión de práctica y perfeccionamiento.
¡Chen Fei jamás imaginó que la primera habilidad que dominaría en este nuevo mundo sería el arte del desbloqueo! Si su difunto padre lo supiera, probablemente bajaría del más allá solo para darle una buena paliza en sueños.
Cuando Chen Fei finalmente regresó a casa, ya eran las diez de la noche. Nangong Jin, vestida con un pijama sencillo y un velo lavanda sobre los hombros, estaba de pie junto a la caja de avena, recostada sobre las pilas de botellas de agua mineral. Miraba fijamente la televisión, con el ceño fruncido.
En pantalla se transmitía un noticiero internacional. El reportero relataba con seriedad la situación actual en Estados Unidos. Las autoridades seguían afirmando que se trataba únicamente de un nuevo tipo de influenza extremadamente contagiosa. Sin embargo, a las 8 p.m. en Estados Unidos, la cifra de infectados ya superaba las 200,000 personas, con más de 110,000 de decesos confirmados. La Organización Mundial de la Salud había calificado el virus como una grave amenaza para la seguridad y la salud pública, instando a todos los países a tomar medidas urgentes y estar preparados para su propagación.
Nangong Jin se giró apenas escuchó abrirse la puerta. Su rostro reflejaba preocupación.
—Chen Fei —dijo en voz baja—, ahora que el sistema de transporte nacional está suspendido y hasta los vuelos internacionales han sido cancelados, me preocupa que esto no sea solo un virus común. ¿Y si el virus zombi que mencionaste es real? Le dije a mis padres que almacenaran comida, pero no sé si me hicieron caso… Tengo muchas ganas de volver a casa para estar con ellos.
Chen Fei la miró con ternura y, sin poder evitar un suspiro, le respondió con firmeza:
—Hermana Jin, deberías llamarlos ahora, mientras aún haya comunicación. Pídeles que compren toda la comida y el agua que puedan. Aunque cueste caro, es mejor prevenir. Y lo más importante: diles que mañana no salgan de casa, sin importar lo que ocurra. Que no confíen en nadie y esperen a ser rescatados allí.
Cuando Chen Fei dijo esto por primera vez, Nangong Jin aún mantenía cierta incredulidad. Pero tras todo lo que había leído y visto durante el día, su instinto —ese que las mujeres nunca ignoran— le decía que esto no era una simple gripe. Algo mucho más grave estaba comenzando.
Ante el nuevo y serio recordatorio de Chen Fei, Nangong Jin no dudó ni un segundo. Actuó con decisión. De inmediato tomó su celular y marcó el número de sus padres. Si bien prefería evitar que la regañaran, esta vez sabía que debía seguir su intuición y tomar decisiones por su cuenta.
Ver esa determinación en ella tranquilizó un poco a Chen Fei. Pero entonces su mente se dirigió a otra persona: Mu Meiqing, quien seguía trabajando horas extras en el hospital. Un rastro de preocupación se instaló en su pecho. Sin pensarlo, volvió a marcar su número.
Una vez. Dos. Tres… Hasta siete llamadas seguidas, todas sin respuesta.
Justo cuando estaba por darse por vencido con un suspiro frustrado, su celular vibró. Había recibido un mensaje de texto. Al ver el remitente, sus ojos se iluminaron: era Mu Meiqing.
"Estoy demasiado ocupada, mumchos inconveniente, no te preocupes recuerdo lo que dijiste."
Pocas palabras, secas y escuetas, pero para Chen Fei eran más valiosas que el oro. Aquella mujer era siempre así: reservada, fuerte y precisa. Pero esas breves líneas bastaron para que él soltara un suspiro de alivio.
Sabía que ella lo había escuchado. Que no lo había ignorado. Que, al menos, estaba a salvo… por ahora.
En ese momento, Chen Fei sintió cómo la presión en su pecho comenzaba a intensificarse. No quedaban dudas. El inicio del brote ya estaba en marcha. La cuenta regresiva del virus zombi había comenzado.