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Chapter 9 - El virus se propaga

Debido a la mezcla de emociones, la ansiedad y las mil ideas que giraban en su cabeza, Chen Fei yacía en la cama sin poder conciliar el sueño. Eran las once cuando se acostó, pero las agujas del reloj marcaron las doce y media y él aún seguía con los ojos bien abiertos, perdidos en la oscuridad del techo.

La noche avanzaba, y con ella, el sonido de los motores se volvió más inquietante. El rugido de los aviones sobrevolando la ciudad era más intenso que el de la noche anterior. No eran vuelos comerciales. Lo sabía. Tampoco eran coincidencias. Era una señal. Una muy clara. Además, el número de camiones militares rugiendo por las calles se había multiplicado. Los vehículos pasaban a toda velocidad, sus luces parpadeaban entre las sombras de los edificios, y el estruendo de sus motores retumbaba como una advertencia en el silencio de la madrugada.

Chen Fei se levantó y miró por la ventana, observando el movimiento con una mezcla de fascinación y temor. Aquella escena parecía sacada de una película bélica. Se quedó allí unos minutos, quieto, frío, como si pudiera anticipar el desastre solo observando el asfalto. Luego, con dificultad, volvió a acostarse.

"Mañana es el séptimo día...", pensó, sin saber muy bien qué significaba eso, pero con la certeza de que algo iba a pasar. Aunque su corazón aún no entendía del todo lo que estaba por venir, su cuerpo sabía que tenía que estar preparado. Necesitaba dormir, descansar, despertar con la mente despejada y las energías intactas. No podía permitirse el lujo de estar débil cuando todo comenzara.

...

Y aun así, como si algo lo hubiera empujado desde dentro, Chen Fei se despertó solo, automáticamente, a las tres de la madrugada. No había alarma. No hubo ruidos externos. Solo su instinto.

Se sentó lentamente en la cama. Afuera, el mundo parecía contener la respiración. No se oían los camiones. No se oían aviones. Solo un silencio denso, casi irreal.

"¿Ya comenzó?", se preguntó con la garganta seca. "¿Acaso el fin del mundo está en marcha? ¿Se ha desatado ya el virus zombi?"

La pregunta quedó flotando en la habitación oscura, como una semilla de temor que pronto germinaría en realidad.

Tras abrir los ojos y recuperar la conciencia, ese fue el primer pensamiento que cruzó la mente de Chen Fei. Se levantó con rapidez, caminó hacia la ventana y echó un vistazo a la calle. Todo parecía igual que siempre, aunque notó que había menos peatones de lo habitual. Seguramente era por la hora, pensó; aún era demasiado temprano.

Impaciente, Chen Fei esperó hasta las diez de la mañana. Fue entonces cuando sonó su teléfono. Al ver el nombre en la pantalla, frunció el ceño, sorprendido. ¿Por qué lo llamaba la delegada del aula Qu Xiaoting?

—¿Eh? delegada, tú...

—¡Chen Fei! ¡Llevas una semana entera sin asistir a clases! ¿Piensas abandonar todos los cursos? ¡No puedes rendirte ahora!

Chen Fei se apartó el teléfono del oído, abrumado por los gritos roncos del otro lado de la línea. Aquella no era la chica callada y seria con gafas que recordaba. Por un momento pensó que Qu Xiaoting había entrado en una especie de menopausia prematura.

—Eh... jefa de clase, estoy enfermo —respondió con tono fingidamente débil—. Tengo la nueva cepa de gripe, y no quiero contagiar a nadie. Por eso estoy en aislamiento en casa. ¡Gracias por preocuparte! Además, ¿no está cerrada la escuela temporalmente?

Las palabras de Chen Fei lograron suavizar el tono de Qu Xiaoting, aunque aún percibía cierto escepticismo en su voz. Antes de que pudiera decir más, Chen Fei colgó sin dudarlo, dejándola hablando sola.

Suspiró aliviado y se recostó en el sofá, pero entonces escuchó la voz de Nangong Jin quejarse desde la cocina:

—¿Qué pasa? ¿Por qué no hay ni una sola opción de comida para llevar?

Chen Fei miró a Nangong Jin —siempre tan encantadora incluso en pijama— y no pudo evitar sonreír.

—Hermana Jin, ¿de verdad quieres pedir comida para llevar con todo lo que tenemos en casa? Con esta epidemia, lo más probable es que todos los restaurantes hayan cerrado. Vamos, cocinemos nosotros mismos. ¡Seguro lo haremos mejor que cualquier restaurante!

Nangong Jin lo miró fijamente, su expresión una mezcla de reproche, duda y ansiedad.

—Chen Fei, ¿no dijiste que hoy comenzaría el brote del virus? Hice que mis padres gastaran casi todos sus ahorros en provisiones. Si esta noche no veo nada de lo que dijiste… —hizo una pausa— te juro que no veras el sol mañana.

Su voz era tan fría como una hoja de acero. Chen Fei sintió que la sangre abandonaba su rostro. Pálido como el papel, volvió la mirada hacia la montaña de víveres apilados en la sala de estar. Agua, arroz, fideos, latas… y cada paquete pesaba como una losa sobre su conciencia.

"¡Maldita sea!", pensó. "¡Hipotequé la casa por esto! Si el virus zombi no se desata hoy, ¡yo seré el primero en morir de vergüenza! ¡Y ella sólo se preocupa por no ver el sol!"

Pero, por supuesto, no se atrevió a decir nada en voz alta. Ni una palabra. En lugar de responderle a Nangong Jin, se levantó en silencio, encendió el televisor y se dejó caer sobre una caja de botellas de agua mineral, cambiando los canales a toda prisa hasta que se detuvo en uno que parecía prometedor: La primera escena de la epidemia.

En la pantalla, una reportera de tez morena y párpado sencillo se mostraba frente a un micrófono, hablando con tono serio:

—Hola a todos, soy Xia Xia, reportera de campo en la zona cero de la epidemia. Me encuentro frente al Hospital Estatal del estado de La florida, en EE. UU. Creo que muchos de los televidentes ya han oído hablar de La florida. Este hospital solía ser uno de los más tranquilos… hasta ahora. Desde que llegamos, hemos visto decenas de ambulancias entrando y saliendo sin descanso.

La imagen mostraba escenas caóticas: médicos exhaustos, camillas en los pasillos, pacientes tosiendo violentamente, y familiares llorando fuera del hospital.

—Según las estadísticas más recientes de una de las organizaciones médicas más confiables —continuó Xia Xia—, entre las 10:00 a.m. de ayer y las 10:00 a.m. de hoy, más de 80,000 nuevos casos fueron confirmados en solo 24 horas. Esto… esto es una pesadilla.

La cámara enfocó la entrada colapsada del hospital, mientras la reportera prosiguió:

—Desde esta madrugada, hospitales en todo el país han emitido comunicados advirtiendo que están al borde del colapso. La falta de camas, medicinas y personal médico ha alcanzado un nivel crítico. La situación es más grave de lo que nadie imaginaba.

Chen Fei tragó saliva en seco. No solo porque la situación era espantosa, sino porque por fin, al menos por ahora… parecía que no lo matarían por mentiroso.

Para contener la propagación del virus, Estados Unidos ha impuesto un bloqueo interestatal y ha declarado la cuarentena, al igual que otros países. Sin embargo, al haber sido el epicentro inicial del brote, las medidas de aislamiento se implementaron allí con mayor urgencia y severidad. Aún se desconoce cuántas personas infectadas sin síntomas están transmitiendo el virus, lo que ha permitido su rápida expansión a nivel mundial.

—Ahora... —dijo la reportera—. Mi compañero Xiao Li y yo vamos a grabar un video e ingresaremos al interior del Hospital Estatal Casa para documentar directamente el epicentro de esta epidemia.

En ese momento, la imagen en la pantalla del televisor tembló ligeramente. La presentadora, se volvió con decisión y comenzó a cruzar la calle en dirección al hospital.

De pronto…

¡Crash!

Un fuerte estruendo interrumpió la transmisión. El sonido de vidrios estallando resonó en el aire, dejando a todos paralizados.

Las impactantes imágenes en la televisión mostraban cómo tres personas atravesaban brutalmente los cristales del edificio del hospital. Nadie imaginaba que aquellas ventanas que estaban compuestas por múltiples capas de vidrio fueran atravezadas. Los cuerpos se precipitaron al vacío y cayeron violentamente sobre dos ambulancias estacionadas frente al hospital, en medio de gritos y exclamaciones desesperadas.

—¡Dios mío! ¡Alguien ha saltado del edificio! ¿Qué está pasando? ¡Rápido, Xiao Li, sígueme! —gritó la presentadora Xia Xia, corriendo hacia el lugar del incidente para capturar la noticia en vivo, sabiendo que el foco de atención de todos los medios se concentraría allí.

La pantalla del televisor temblaba con violencia. Chen Fei, observando en silencio con el rostro desencajado, sintió que todo a su alrededor daba vueltas. Por suerte, la sacudida solo duró unos diez segundos. Después, solo se oían los pasos apresurados de Xia Xia, el sonido de sus tacones golpeando el pavimento, y la respiración agitada tanto de ella como del camarógrafo, Xiao Li.

Una vez que la imagen se estabilizó, tres cuerpos maltrechos aparecieron en pantalla. Dos de ellos estaban sobre el techo de una de las ambulancias, ahora completamente deformado por el impacto. El tercero yacía directamente en el suelo, en un charco de sangre que teñía el pavimento de rojo escarlata.

En ese instante, la voz entrecortada de Xia Xia volvió a escucharse desde el televisor:

—Aquí, en el lugar de los hechos, se pueden ver claramente los cuerpos de tres personas que han caído desde el edificio. Por sus uniformes, uno parece ser médico y otro enfermero. Es probable que el tercero, el que está en el suelo… sea un paciente… o tal vez…

Se desconocía el motivo de la caída, pero la reportera Xia Xia anunció con determinación que se dirigiría al interior del hospital para averiguar la causa del incidente.

Su voz transmitía una mezcla de valentía y dramatismo, como si estuviera dispuesta a arriesgar la vida por la noticia. Sin embargo, justo antes de terminar la frase, se detuvo de golpe.

No solo su voz se interrumpió bruscamente, sino que todo a su alrededor pareció congelarse. El personal médico, los transeúntes cercanos e incluso los policías que resguardaban la zona se quedaron inmóviles, paralizados por lo que veían.

Ante la mirada incrédula de todos, el cuerpo del hombre que yacía en el suelo, bañado en sangre, comenzó a contraerse de manera anormal. Sus movimientos no parecían convulsiones humanas; eran espasmos grotescos, y el crujir de sus articulaciones provocaba escalofríos en quienes lo presenciaban.

Las contracciones duraron unos diez segundos. Luego, de repente, el cuerpo quedó completamente inmóvil, como si nunca hubiera pasado nada.

—¿Está muerto...? —preguntó Xia Xia en voz baja, más como una duda dirigida a sí misma que al público que la observaba. Sus palabras apenas habían salido de su boca cuando Chen Fei, al ver la escena desde la televisión, se puso de pie de golpe, con el rostro tenso.

Él ya sabía lo que estaba a punto de ocurrir.

Era el desenlace que temía… pero al mismo tiempo, deseaba confirmar.

Y efectivamente...

Justo cuando la voz de Xia Xia se desvanecía, el cuerpo ensangrentado del hombre comenzó a levantarse lentamente.

Su pierna derecha y su brazo izquierdo colgaban en ángulos imposibles, como si se hubieran fracturado durante la caída. La postura de su cuerpo desafiaba toda lógica humana, y al incorporarse, se balanceaba torpemente, mientras un sonido gutural y húmedo salía de su garganta.

—Señor... ¿se encuentra bien? —preguntó con cautela un policía blanco, que había sido el primero en reaccionar. Dio un paso al frente, dudando mientras observaba el cuerpo cubierto de sangre que comenzaba a moverse ante él...

Sin embargo, esa simple frase pareció una orden mágica. Al escucharla, el hombre cubierto de sangre giró bruscamente la cabeza y fijó la mirada en el policía blanco. Sus ojos estaban completamente inyectados en sangre, mostrando únicamente el blanco, como si ya no quedara humanidad en ellos.

Mientras la mayoría aún intentaba asimilar lo que estaba pasando, el sujeto ensangrentado emitió un rugido sordo y gutural. En un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó sobre el policía, abrió la boca y le mordió brutalmente la mejilla derecha, arrancándole un trozo de carne. La sangre salpicó de inmediato el rostro del agente, que aulló de dolor mientras luchaba desesperadamente por zafarse.

Ante la aterradora escena, el caos estalló. Los presentes, paralizados hasta ese momento por la sorpresa, gritaron y retrocedieron aterrados. Dos policías más, vestidos con el mismo uniforme, reaccionaron y desenfundaron sus armas. Apuntaron al atacante mientras le gritaban órdenes, probablemente algo como: "¡Alto! ¡Quieto o disparamos!" Aunque Chen Fei no entendía bien el inglés, su nivel apenas superior al de un niño de primaria le permitió captar la esencia de lo que decían.

Pero antes de que pudieran actuar, los otros dos cuerpos que habían caído sobre la ambulancia también comenzaron a moverse.

Igual que el primero, volvieron a la vida con movimientos espasmódicos y posturas antinaturales. Sin perder tiempo, saltaron desde el techo del vehículo y comenzaron a rugir como bestias salvajes. Se abalanzaron sobre una enfermera y un transeúnte que se encontraban cerca. En medio de los gritos de horror, los derribaron y los mordieron sin piedad, matándolos al instante.

En cuestión de segundos, la escena frente al hospital se transformó en un auténtico infierno.

Los dos policías dudaron solo por un momento. El agente que había sido mordido ya no mostraba señales de vida: su rostro había perdido todo color, sumido en una palidez cadavérica.

Luego de acabar con él, el atacante se lanzó directamente hacia otro objetivo: el policía más cercano, un agente corpulento.

—¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Ambos policías abrieron fuego simultáneamente. Varias balas impactaron en el cuerpo y las piernas del hombre ensangrentado. Sin embargo, el efecto fue mínimo: apenas logró frenar su avance por un instante. El atacante continuó con su embestida, imparable, sin mostrar señales de dolor o de haber sido alcanzado.

El horror apenas comenzaba.

—¡Dios mío! ¿Qué les pasa a estas personas? ¿Es... rabia?

La voz de la presentadora Xia Xia se quebró en un grito de incredulidad mientras retrocedía lentamente. Las imágenes transmitidas por televisión mostraban con crudeza la escena sangrienta frente al hospital. Pero justo en ese momento, una voz masculina interrumpió con un grito alarmado:

—¡Xia Xia, mira a las tres personas que acaban de ser atacadas!

En la pantalla, las cámaras enfocaron a las víctimas: el policía y dos civiles. Los tres yacían sin vida... hasta que comenzaron a convulsionar violentamente. Sus cuerpos se retorcían con movimientos inhumanos, hasta que uno tras otro se pusieron de pie.

Con un rugido gutural, cargaron hacia la persona más cercana. El agente blanco, transformado en una sombra de lo que había sido, corrió directamente hacia la cámara. Sus movimientos eran erráticos, rápidos, como si hubiera perdido todo rastro de control humano.

La escena se llenó de gritos y exclamaciones. La imagen en pantalla se volvió caótica, la cámara temblaba violentamente, como si hubiera caído al suelo.

Y entonces, en un plano distorsionado, apareció un rostro manchado de sangre, marcado por el horror y la desesperación: era Xia Xia. La presentadora miraba fijamente al lente con los ojos desorbitados, incapaz de articular palabra.

El caos se había desatado. El infierno había comenzado... en vivo, frente a millones de personas.

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