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Chapter 4 - Capítulo 1: Una reunión sobre el futuro de mi mundo

El tiempo habia pasado raudo para Zodiark, el joven heredero del cosmos. A lo largo de los años, había sido formado y guiado por tres deidades: Alexander, el imponente maestro de armas; Zeus, el impetuoso y carismático dios de la energía divina; y Yatma, la sabia diosa del equilibrio y la compasión. Juntos habían forjado una relación que trascendía la de maestro y alumno: eran su familia elegida.

Sin embargo, los ecos de sus travesuras y entrenamientos habían llegado a los confines de los Doce Cielos y los Doce Infiernos. Algunos monumentos habían sido destruidos accidentalmente, zonas sagradas alteradas, y rumores de inestabilidad comenzaron a inquietar a las deidades mayores.

Ante estas preocupaciones, el Consejo Supremo de Deidades fue convocado. Se alzaron voces que exigían suspender el entrenamiento del príncipe hasta que se reconsideraran las responsabilidades de sus mentores. Los cielos se llenaron de incertidumbre, y el entrenamiento de Zodiark fue detenido.

En los aposentos de la gran diosa Mithrilas, madre de Zodiark, la tensión era palpable. Su figura, etérea y majestuosa, contemplaba al joven con una mezcla de amor y preocupación.

—Hijo mío, no te entrometas en asuntos del Consejo. La política divina puede devorar incluso a los corazones más puros —le advirtió con voz serena pero firme.

—Lo sé, madre... Aún soy joven, y hay decisiones que escapan a mi juicio. Pero también sé que mis mentores no merecen castigo alguno por enseñarme a ser fuerte.

Zodiark, de apenas siete años, vestía una armadura celeste y dorada, adornada con gemas elementales que irradiaban poder. Su diadema resplandecía con la luz de las constelaciones, y su mirada, aunque joven, mostraba determinación.

Sabía que su relación con su padre, el Creador, era distante. El poder abrumador de Nexus hacía que incluso un contacto visual directo fuera imposible. La majestuosidad del Creador era tan insondable como el Vacío Primordial.

Zodiark deseaba, más que poder o deber, sentir el calor de una familia, de un hogar donde pudiera crecer sin la carga constante del destino. Con el corazón agitado, abandonó sus aposentos rumbo a la reunión del Consejo Supremo.

El Gran Salón del Consejo era una obra de arte cósmica: columnas de oro y cuarzo sostenían una cúpula transparente desde donde se veían galaxias girando en armonía. El aire vibraba con la energía de las deidades presentes: los 17 dioses supremos, más los guardianes de diversos dominios del universo.

En medio de la sala, un extenso mapa universal flotaba sobre una mesa de cristal celestial. Representaba los Doce Cielos, los Doce Infiernos, y todos los reinos mortales.

Los mentores de Zodiark ya estaban siendo interrogados.

—¡Por destruir unos antiguos pilares olvidados y visitar ciertos infiernos en busca de... interacciones sociales... no me hace un tutor indigno! —bramaba Zeus, cruzado de brazos, desafiando al consejo.

—No se trata solo de disciplina, sino del ejemplo que damos —respondió Lods, el dios de la dualidad, cuya voz calmada escondía un juicio inamovible.

Yatma, firme como un rayo de luna entre tempestades, alzó la voz.

—Separar al príncipe de quienes lo han guiado con amor y honor no traerá sabiduría, sino frialdad. Muchos de ustedes ni siquiera saben cómo se forja un alma noble.

Una diosa de cabello corto y mirada afilada, Fedas, la número once del panteón, replicó con sarcasmo:

—Oh, por favor... Yatma, ¿acaso ya olvidaron tus juegos de seducción? Ciertos dioses aún no se recuperan de tus... entretenimientos.

Yatma frunció el ceño, y una chispa divina recorrió su cuerpo.

—Cuida tus palabras, Fedas. No confundas encanto con engaño. No todas podemos refugiarnos en la amargura para sentirnos superiores.

La tensión creció al borde del caos hasta que Inton, dios número cuatro, golpeó el bastón del juicio contra el suelo. Su voz resonó como un trueno entre mundos:

—¡Orden en esta sala! Esto no es una disputa de vanidades, sino un juicio de consecuencias universales.

En ese momento, las puertas del Gran Salón se abrieron y todos callaron. La figura de Zodiark avanzaba lentamente, envuelta en un halo de luz y asombro. Las deidades se arrodillaron ante él por respeto, o tal vez por temor a su linaje.

—Mi príncipe... —susurró uno de los guardianes.

Zodiark se acercó con firmeza, se subió a una silla desproporcionada para su pequeño cuerpo, y posó sus manos sobre la mesa del consejo.

—He venido a hablar por mis mentores.

Un murmullo recorrió la sala.

—¿Hablar por ellos? —preguntó Lods.

—Sí. No vengo a pedir perdón ni clemencia. Vengo a exigir justicia. Ellos me han enseñado el valor, la humildad, el honor y la verdad. Si me castigan por aprender, entonces no he sido formado como heredero... sino como prisionero.

Su voz, aunque joven, resonaba con la fuerza de un destino sellado por los astros.

Desde lejos, Alexander observaba la escena. Su mirada, normalmente impasible, mostraba un atisbo de orgullo.

—Está creciendo... Quizá esta vez... nos escuchen.

Pero su rostro también mostraba una sombra de preocupación. Sabía que Aetherios, el más misterioso y temido de los dioses supremos, aún no había hablado. Y cuando él lo hiciera, todo podría cambiar.

El silencio se volvió espeso cuando Aetherios, envuelto en una túnica de sombra estelar, se levantó. Su rostro estaba cubierto por un velo de neblina cósmica, y su sola presencia parecía ralentizar el flujo del tiempo.

—El hijo del destino ha hablado —dijo, y su voz era como una corriente que atravesaba los siglos—Pero aún hay verdades no reveladas.

Todos lo escuchaban en tensión reverente.

—Mucho antes de que naciera el primer mundo, cuando Nexus tejía la Creación y Chaos extendía la Nada, hubo una batalla que desgarró los cimientos del Todo. El cuerpo de Chaos fue sellado en la Fractura del Velo Eterno, más allá del tiempo lineal. Allí duerme aún... custodiado por los Eternos del Umbral.

Un escalofrío recorrió la sala.

—Zodiark no es solo heredero. Es llave y cerradura. Luz y sombra. Su alma está entrelazada con el eco de aquel antiguo poder. Si se desequilibra su formación, si cae en el extremo del poder o de la emoción... el sello puede debilitarse.

—¿Estás diciendo que Chaos podría volver? —preguntó Inton, alarmado.

—No podría. Volverá. La única pregunta es cuándo.

La atmósfera era ahora más densa que nunca. Incluso los más orgullosos dioses guardaban silencio.

Aetherios giró lentamente su mirada hacia Zodiark.

—El tiempo de tu inocencia terminará más pronto de lo que deseas. Recuerda esto, joven príncipe: el equilibrio no se enseña, se vive.

Así se cerraba la primera sesión del consejo, no con un veredicto, sino con un nuevo temor: que el destino del universo descansara, desde ahora, en los hombros de un niño de siete años.

 

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