Nick Fury observó con su ojo derecho los rostros frente a él durante unos segundos antes de hablar. Sus hombros tensos se relajaron apenas y, con voz firme pero contenida, al fin dijo: "Profesor Xavier, en estos momentos S.H.I.E.L.D. está enfrentando ciertos... 'problemas'. Más específicamente, mi persona y algunos agentes. Queremos saber si puede ayudarnos con 'eso'", su ojo brillaba con una mezcla de incomodidad e insistencia mientras escudriñaba la expresión del profesor. La verdad era que Nick quería saber (necesitaba saber) cómo diablos Xavier había intuido que algo andaba mal, pero había prioridades, y en este momento, tenía las manos más que llenas.
"Ya veo… 'Problemas'" repitió el Profesor Xavier con tono neutro. Después guardó silencio por unos segundos, como calibrando el verdadero peso de esa palabra en labios de alguien como Fury. No eran muchos los que lograban perturbar al Director de S.H.I.E.L.D., y si lo hacían, rara vez lo admitía en voz alta.
Xavier sabía que algo extraordinario había ocurrido. No solo lo presentía... lo percibía. El tejido mismo de la realidad estaba alterado. Futuro, presente, posibilidades: todo vibraba de forma anómala.
Para muchos, la telepatía era simplemente la capacidad de leer pensamientos o influir en la mente ajena, dependiendo del nivel, pero Xavier lo vivía de otra manera. Para él, la telepatía era un sentido expandido, algo más profundo, más vasto. Su mente no solo escuchaba pensamientos, era un radar viviente, afinado para detectar anomalías en el orden natural de las cosas.
Una percepción que bordeaba lo precognitivo y lo empático, que trascendía la lógica o los hechos tangibles. Era como si pudiera oír a veces, con un dolor sordo en las sienes, la propia voz del universo susurrando advertencias en un idioma que solo unos pocos sabían descifrar. No era raro verlo cerrar los ojos repentinamente en completo silencio, a veces durante minutos.
Y aunque desde fuera pareciera meditación, por dentro libraba una lucha de concentración absoluta contra las mareas invisibles del caos que se avecinaba. En momentos como esos, el mundo mutante... y algo más allá... le hablaban.
"¿Qué tipo de problemas", preguntó una voz más firme y menos conciliadora que la del profesor. Era el joven que acompañaba a Xavier: Scott Summers, líder de los X-Men.
Estaba sentado junto a su mentor, con los brazos cruzados de forma tensa sobre el pecho, como si la sola idea de colaborar con S.H.I.E.L.D. le supiera amarga. Su postura rígida, casi desafiante, transmitía la misma sensación que su rostro: el ceño fruncido, los labios apretados con desdén y una expresión que podía describirse (sin exagerar), como la de alguien que acaba de oler algo realmente desagradable.
Sus gafas de rubí ocultaban su mirada, pero no su juicio.
La desconfianza era evidente, y no se molestaba en disimularla. Para él, cualquier trato con agentes del gobierno equivalía a una amenaza potencial. Había vivido suficiente como para saber que las palabras como "colaboración" o "ayuda" a menudo venían acompañadas de otras más siniestras como "control", "registro" o "armamento".
Fury lo miró sin sorpresa. Como Director de S.H.I.E.L.D., sabía perfectamente con quién estaba hablando. Scott Summers no era un simple soldado obediente: era fuego bajo presión, estrategia con principios inquebrantables, y también era, según el archivo que había leído más de una vez, alguien que no dejaba que su voz se quedara en segundo plano cuando había decisiones importantes en juego.
El silencio entre los dos se alargó unos segundos, denso como una tormenta contenida. No fue hasta que la única mujer del grupo habló que el tenso silencio entre Fury y Summers se rompió. "Basta ya, Scott... No empieces con una pataleta", dijo con un tono autoritario y sereno a la vez.
Ororo Iqadi Munroe, también conocida como Storm, no necesitaba alzar la voz para imponer respeto.
Su sola presencia bastaba.
Lucía un conjunto negro sobrio, entallado pero elegante, diseñado no para impresionar sino para moverse con precisión si el momento lo requería. Su cabello, de un plateado níveo y brillante, estaba cuidadosamente recogido en una trenza larga que caía sobre uno de sus hombros, proyectando disciplina y temple.
Mantenía los brazos cruzados bajo el pecho, con una postura tan firme como majestuosa. Su mirada (intensa, analítica y casi inquisitiva) se posó primero sobre Scott, como una advertencia suave pero clara, y luego sobre Nick Fury, evaluándolo con la misma rigurosidad que usaría en una reunión de estrategia o en medio de un campo de batalla.
A diferencia del desdén evidente de Scott, lo suyo era más contenido, más diplomático... Pero no menos exigente. Ororo no simpatizaba con los juegos del gobierno, pero tampoco se permitía reaccionar por impulso. Para ella, cada palabra y cada silencio eran parte de un tablero más grande, y en este momento, su prioridad era que los X-Men no se vieran arrastrados a ciegas a una tormenta ajena... A menos que esa tormenta ya los hubiera alcanzado.
Xavier, sentado entre Scott y Ororo, esbozó una ligera sonrisa conciliadora, la clase de gesto que hablaba más con los ojos que con los labios. Las arrugas en su rostro se acentuaron suavemente, y su expresión (la de un anciano amable y sabio) transmitía una disculpa silenciosa, casi paternal.
Pedía comprensión, no con palabras, sino con una humanidad genuina que invitaba a bajar la guardia.
Después de todo, no era ningún secreto que la relación entre los mutantes y el gobierno, o cualquiera de sus extensiones, siempre había sido tensa… cuando no francamente hostil. Siendo honestos, nunca ha existido un verdadero clima de confianza entre ambos bandos, y Xavier lo sabía bien. Sabía que, en cualquier momento, si a algún despacho de Washington se le cruzaban los cables, no sería impensable que un misil cruzara el cielo nocturno y cayera sobre la escuela que él dirigía… Una escuela que era hogar no solo para ellos tres, sino para otros adultos mutantes y decenas de niños con habilidades fuera de lo común.
Dormían allí. Vivían allí. Y aprendían allí.
Esta amenaza constante era una sombra que jamás se disipaba.
Xavier también entendía que, ahora más que nunca, Scott cargaba un enojo profundo con el mundo. Desde lo sucedido en la isla de Alcatraz hacía poco más de un año, algo se había fracturado dentro del equipo... dentro de todos ellos, en realidad. Pero en especial dentro de Scott y también de Logan (incluso más), un exmiembro que había optado por alejarse, roto por la culpa de lo ocurrido y debilitado por la ausencia del metal que solía cubrir su esqueleto.
Aquello había dejado huellas profundas y difíciles de sanar.
"Perdón por esto, Director Fury", dijo Xavier al fin, con tono sereno pero sincero. "Espero que entienda que los nuestros no han tenido muy buenas experiencias en el pasado"
Acto seguido, giró apenas su cabeza hacia Scott. "Como dijo Ororo, Scott… Vamos a calmarnos y escuchar lo que tiene que decir el Director Fury... Por favor, prosiga"
En su silla, Nick Fury escuchó la disculpa del Profesor Xavier con su expresión habitual de piedra: dura e insondable, imposible de leer. Su ojo derecho se desvió brevemente hacia Scott Summers, luego a Ororo, tan imponente como silenciosa, y finalmente regresó al rostro calmado pero perspicaz del profesor.
La tensión inicial en sus hombros se disipó sutilmente, pero no para dar paso al alivio... Sino a una calma distinta, una más peligrosa. Una calma depredadora, de quien siempre está observando, calculando, y esperando el momento exacto para moverse. Fury entendía la desconfianza; en su mundo, era tan común como el café frío.
"No se disculpe, Profesor," respondió Fury, su voz áspera pero sin aspereza, como el roce de papel de lija. "La historia es un espejo, y lo que ven en él no es algo que yo pueda cambiar. Lo que sí puedo cambiar es lo que haremos de aquí en adelante", Nick Fury se inclinó apenas hacia el frente, colocando ambos codos sobre la mesa de madera del comedor. En ese preciso instante, un camarero dejó una taza de café a su lado, pero nadie la tocó, nadie le prestó atención. Las palabras de Fury tenían más peso que cualquier estímulo externo.
Sus manos entrelazadas formaron una especie de púlpito improvisado, como si estuviera a punto de dar un sermón sombrío.
"La situación, en esencia, es esta: hace una semana, en la Antártida, mi equipo estaba investigando una anomalía. Algo que, para el mundo, no debería existir ni saber de su existencia... Algo grande... Gigantesco"
Se detuvo. No por duda, sino para dejar que la gravedad de sus palabras se asentara, densa como el vapor que salía de la taza en la mesa. Sus ojos se clavaron en Xavier, buscando esa chispa de reconocimiento que solo alguien como él podría reflejar.
"Si prestaron atención a las noticias de hace un poco más de un mes, sabrán que, en teoría, fue encontrado un Dragón. Un ser de una magnitud que haría que cualquier otra cosa que hayamos enfrentado parezca una hormiga... Muerto y congelado durante mucho tiempo"
El parche de Fury sobre su ojo izquierdo pareció tensarse con su rostro, y aunque no lo mostró con palabras, había una emoción hirviente tras su compostura: frustración, quizás... o miedo. "Y en el intento de contenerlo, de estudiarlo, de asegurarnos de que el mundo no se fuera al diablo por su existencia, algo salió mal... Muy mal"
Dirigió su mirada a María Hill, quien asintió con gravedad, su expresión de soldado imperturbable quebrándose apenas lo suficiente para reflejar que lo vivido no fue menor. "La criatura revivió, pero antes de que despertara, la criatura emitió una onda de energía. Una que se expandió a través del complejo… Y nos terminó afectando"
Finalmente, volvió a fijar la mirada en Xavier. Esta vez, había una súplica oculta tras el tono, más evidente por lo que no decía.
"Profesor, todos en el lugar fuimos afectados por esa onda. Mi asistente Maria Hill, yo y otros agentes, no todos de la misma forma, ni con la misma intensidad, desarrollamos habilidades como la regeneración, mayor fuerza, telequinesis, telepatía, crioquinesis y resistencia a bajas temperaturas. Y no sabemos cuánto durarán, o si irán aumentando con el tiempo"
Fury se recostó en su silla, cruzando los brazos con ese estilo que decía "escucho, pero no bajo la guardia". Su espalda crujió ligeramente con el movimiento.
"S.H.I.E.L.D. fue diseñada para entender y contener lo extraordinario. No para encarnarlo, y si esto se filtra, si el Consejo se entera de que los que se supone deben mantener el equilibrio están comenzando a romperlo... Será un caos", cerró los labios un instante, dejando que el silencio hiciera su trabajo. "Necesito saber si nos puede ayudar a controlar estos cambios, no puedo aislar indefinidamente a mis agentes y limitar las actividades de la Agente Hill y las mías para evitar que se observe cualquier manifestación accidental... Y no puedo, sobre todo, perder mi condición como Director, porque si quienes codician mi puesto se hacen con mi silla... no será solo un problema para S.H.I.E.L.D., Profesor"
Su voz bajó levemente, con esa gravedad que precede a una tormenta. El comedor volvió a sumirse en un silencio tenso, solo interrumpido por el tenue zumbido de las luces sobre sus cabezas. Xavier no respondió de inmediato, pero sus dedos se entrelazaron sobre su regazo. Su mirada, fija en el Director Fury, parecía observar más allá del presente, como si ya hubiera visto las consecuencias… De decir que sí.
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