Washington, D.C. – Central de S.H.I.E.L.D. – Oficina de Nick Fury
Nick Fury estaba sentado en su oficina, en lo más profundo del centro neurálgico de S.H.I.E.L.D., con los codos apoyados en el escritorio y los dedos entrelazados bajo la barbilla. Su mirada estaba fija al frente, concentrada, mientras la luz tenue de la sala reflejaba el sudor brillante sobre su cabeza calva. Vestía su característico conjunto negro, impecable como siempre. En su rostro, el parche sobre el ojo izquierdo había regresado, acompañado por una cicatriz de tres franjas verticales que recordaban garras… pero no era lo que parecía.
Fury no había perdido nuevamente la visión. Tampoco era que la cicatriz hubiera reaparecido. No, su ojo izquierdo veía mejor que nunca, y la cicatriz había desaparecido por completo una semana atrás.
El parche estaba allí por una razón mucho más fría y calculada: su seguridad, y más aún: su posición de Director en S.H.I.E.L.D.
¿Qué tenía que ver su repentina regeneración con su seguridad y la de su cargo dentro de S.H.I.E.L.D.?
Oh… tenía mucho que ver.
Desde el fracaso del Proyecto "Dragón Blanco" en la Antártida, tanto él como Maria Hill (y otros agentes de alto-bajo rango) habían comenzado a manifestar habilidades sobrehumanas. Fury ahora poseía una capacidad regenerativa instantánea y una fuerza que superaba ampliamente lo humano. Hill había desarrollado telequinesis, y otros, habilidades como la telepatía y crioquinesis.
Y eso era un problema, uno enorme.
La existencia de estas alteraciones había sido clasificada como ultra secreto. Fury había dejado muy claro para todos que lo ocurrido en la caverna del dragón debía enterrarse tanto como los escombros que sellaron su entrada.
Para el mundo, nada había pasado. Pero para S.H.I.E.L.D., todo había cambiado.
Fury permanecía en silencio, su mente operando a velocidad letal. Calculaba escenarios, repasaba variables, preparaba contingencias. Sabía que si esa información salía a la luz (si alguien, cualquiera, se enteraba de lo que realmente eran ahora) pondría en jaque no solo a su liderazgo, sino la existencia misma de S.H.I.E.L.D.
Porque si el "mundo" llegaba a temerlos...
Entonces el "mundo" buscaría destruirlos.
La silla de Fury crujió apenas cuando se recostó más en ella, aún envuelto en la penumbra templada de su oficina. Las persianas metálicas que había mandado a poner el mismo día que volvió apenas dejaban pasar la luz gris del cielo capitalino.
Su mirada estaba fija en el reflejo oscuro de la pantalla apagada frente a él, aunque en su mente no veía datos ni gráficas. Veía escenarios, colapsos, fracturas sistémicas e imágenes de todo lo que podría salir mal.
Era un hombre que había aprendido a vivir con el peso de decisiones duras. Pero lo que enfrentaba ahora no era una decisión; era una paradoja imposible de resolver.
La existencia de estas habilidades ponía en jaque no solo su seguridad personal, sino la misma esencia de S.H.I.E.L.D. La organización había sido diseñada para ser un muro frío y racional ante lo extraordinario. Monitorear, contener y estudiar, siempre desde la posición del observador, nunca del sujeto, pero ahora el observador se había contaminado con lo mismo que juró vigilar.
Y eso era inaceptable. No por orgullo… sino por estructura.
¿Qué autoridad podía tener una organización que decía controlar lo imposible... Si sus propios líderes lo encarnaban? Esa era la pregunta que más le helaba la sangre a Nick Fury, porque él conocía bien el juego de la percepción. Sabía cómo operaban las mentes en el Consejo Mundial de Seguridad.
Ellos no veían individuos, veían patrones, amenazas y desestabilizadores.
Si se llegaba a filtrar que los altos mandos de S.H.I.E.L.D. estaban desarrollando habilidades fuera del marco biológico humano, no tardarían en asumir lo peor. No los verían como víctimas de un fenómeno anómalo, los verían como una nueva especie de poder en gestación, algo que podía crecer, organizarse, y eventualmente actuar con agenda propia.
El Consejo no confiaba en nada que no pudiera controlarse con un protocolo, una cadena de mando o un misil.
Y dentro de S.H.I.E.L.D., la situación no era mucho mejor. Si los agentes descubrían que su director y su subdirectora ya no eran del todo humanos, la autoridad se volvería frágil. La obediencia nacería del miedo, no del respeto, o peor aún: el rumor se convertiría en mito. Algunos podrían querer imitarlos, otros sabotearlos, no faltaría quien los viera como elegidos o como monstruos, y en ambos casos, la cohesión de la organización se resquebrajaría.
S.H.I.E.L.D. necesitaba ser confiable, predecible, y limpia. Y ahora, internamente, era un polvorín lleno de excepciones biológicas y secretos inconfesables.
Nick apretó los puños sobre el escritorio.
No podía permitirse una fractura, ni interna ni externa, pero tampoco podía revertir lo que había ocurrido. La energía los había transformado, punto, y no sabía cuánto durarían, o si empeorarían con el tiempo. Solo sabía que cada día que pasaba, el riesgo crecía como una fisura en una represa. Y lo peor de todo… era que no podía confiarle esto a nadie más.
Porque en el momento en que alguien más lo supiera, dejarían de verlo como el guardián del orden… y lo empezarían a ver como parte del problema.
En ese momento, mientras Nick estaba sumido en sus pensamientos, llamaron a la puerta dos veces. Con un "pase" de Nick, la puerta se abrió y se cerró con un suave empujón. Maria Hill entró con paso firme, las manos a los costados, y se dirigió al frente del escritorio de Nick, donde se detuvo y comenzó a explicar el motivo de su llegada, mientras Nick se inclinaba hacia adelante.
"Director, ellos han aceptado. Ahora mismo están en ***", dijo sin titubear. En su silla, Nick no parpadeó, su expresión era dura e indescifrable, pero su ojo la observaba con atención quirúrgica. Luego se recostó en su silla y asintió, murmurando: "Bien..."
Se puso de pie, tomó su abrigo largo y caminó hacia la salida sin mirar atrás. Hill le siguió el paso, y ambos avanzaron por los corredores silenciosos de S.H.I.E.L.D., donde los agentes evitaban hacer contacto visual, como si la tensión de los altos mandos fuera contagiosa. Minutos después, llegaron al estacionamiento subterráneo.
Un amplio espacio blindado y con luces blancas frías reflejadas en los vehículos alineados con precisión milimétrica. Hill se dirigió al auto que le correspondía y tomó el asiento del conductor sin decir una palabra. Fury, como era costumbre, se sentó atrás.
El motor rugió suave pero potente cuando Hill encendió el vehículo. Salieron de la base a través de un túnel de concreto reforzado, y en cuanto emergieron a la superficie, el sol grisáceo de Washington los recibió.
El trayecto fue silencioso, cargado de pensamientos densos, ni una palabra fue dicha mientras tomaban las rutas secundarias hacia el centro. Finalmente, Hill estacionó cerca de un edificio discreto en el viejo barrio de Georgetown, donde las cafeterías de arquitectura colonial se mezclaban con librerías antiguas y pequeños restaurantes familiares. Era un lugar donde la gente no prestaba atención si no debía hacerlo, y eso lo hacía perfecto.
El local se llamaba "The Corner Brew", una pequeña cafetería de esquina con ventanales empañados, madera oscura y un ambiente cálido que contrastaba con el clima. Fury bajó primero, con las manos en los bolsillos de su abrigo, seguido por Hill. Un leve timbre sonó al abrir la puerta, y el aroma a café recién hecho los envolvió.
Al fondo, una mesa ya estaba "ocupada"
Tres figuras esperaban: una mujer de piel oscura con cabello blanco como la nieve recogido en una trenza elegante, un hombre con gafas oscuras y porte erguido, y entre ellos, un hombre en silla de ruedas, con una calma imperturbable en el rostro.
No hubo necesidad de nombres. Solo miradas cargadas de historia y precaución.
Y sin una palabra, Nick Fury caminó hacia ellos. Porque a veces, cuando el mundo empieza a temer lo que no comprende, los que han vivido en la sombra son los únicos capaces de entenderte.
...
Mientras Nick sacaba una silla y se sentaba, con Hill siguiéndolo a su lado, el director habló al hombre en la silla de ruedas que también se preparaba para dejarla y tomar asiento junto a los dos que lo acompañaban. "Profesor Xavier, gracias por acceder", dijo Fury, y al terminar, ya estaba sentado por completo.
En ese momento, Xavier, líder de una de las facciones mutantes más reconocidas, los X-Men, terminaba de acomodarse, con los otros dos haciendo lo mismo a su alrededor, pero dejando al Profesor en el centro.
Charles Francis Xavier, también conocido como Profesor X, era un hombre calvo de rostro sereno y expresión insondable. Vestía un elegante traje oscuro de tres piezas, con la camisa perfectamente planchada y una corbata que denotaba sobriedad. Sus manos ahora reposaban con naturalidad sobre la mesa, pero su presencia imponía respeto. Había en él una calma peligrosa, como si midiera cada segundo con la precisión de una mente que jamás dormía. Sus ojos, penetrantes y claros, parecían leer más allá de la superficie, como si pudieran desnudar intenciones con solo un vistazo.
Todo en él, desde su postura hasta su tono de voz al saludar, irradiaba autoridad tranquila y control absoluto.
El Profesor Xavier, con su cabeza calva, dejó escapar una sonrisa serena pero indescifrable asomándose en sus labios. Sus ojos, profundos y llenos de una sabiduría que abarcaba más allá de lo visible, se posaron en Nick Fury, escrutándolo no con curiosidad, sino con una comprensión casi paternal.
La mujer de cabello blanco y el hombre de gafas oscuras, sentados discretamente a cada lado del Profesor, mantenían una calma vigilante, asimilando la tensión del momento.
"Director Fury", comenzó Xavier, su voz era un murmullo tranquilo que apenas se alzaba por encima del suave tintineo de tazas y la conversación amortiguada de la cafetería, pero cada palabra resonaba con una claridad inconfundible. "La gratitud es mutua... Cuando el tejido de la realidad se estira y se retuerce, es inevitable que aquellos que tenemos el privilegio de percibir sus cambios busquemos un entendimiento", hizo una breve pausa.
Sus ojos parecieron brillar por un instante, como si estuvieran leyendo algo invisible en el aire alrededor de Fury.
"Y, permítame decir, que su llamado no me sorprende en lo más mínimo... Algunas tormentas, Director, se sienten antes de que las nubes se formen por completo"
Su mirada se suavizó, pero la intensidad de su presencia no disminuyó. La luz que se filtraba por los ventanales empañados apenas lograba disipar la sombra de su concentración. "Parece que el mundo ha decidido, una vez más, recordarnos que no todo lo que creíamos conocer era absoluto. Dígame, Director," continuó, inclinándose apenas hacia adelante, su voz adquiriendo un tono más directo, aunque aún suave. "Más allá de las formalidades de este discreto encuentro, ¿qué es lo que verdaderamente le ha traído a mi 'puerta'?"
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